Víctor Diusabá Rojas
El Colombiano, Medellín
Diciembre 17 de 2009
Hace pocos días, en una librería de segundas algún joven acompañante me preguntó por la persona que aparecía en la portada de un libro, armada de una guitarra. Se trataba de Víctor Jara, el célebre compositor asesinado en los primeros días del golpe en Chile que derrocó a Salvador Allende, el otro 11 de septiembre, ese también terrible de 1973.
La bruma del paso del tiempo se ha llevado el recuerdo de Jara, como se lo llevaron a él en sus garras los militares que lo torturaron sin compasión, mientras, cuentan, él intentaba, en los últimos estertores, encadenar los últimos versos.
Pero no todas las veces vence el olvido. Vean cómo acaba de comprobarse que la muerte del ex presidente de Chile Eduardo Frei Montalva no fue el resultado de una extraña infección mientras se encontraba internado en un hospital, sino que lo envenenaron de a poco hasta quitárselo de encima, cuando emergía como líder de la oposición a la dictadura.
En el criminal complot tomaron parte cuatro médicos, algunos de ellos miembros de sanidad militar, y dos civiles. Uno de estos últimos es Luis Herrera Arancibia, chofer privado del ex presidente y quien les entregó a los victimarios, a cambio de dinero, información de Frei durante varias semanas.
Frei (padre de Eduardo Frei Ruiz Tagle, aspirante a la presidencia) duró tres meses en la Clínica Santa María de Santiago, luego de que una simple cirugía para tratar una hernia terminara en una larga agonía de tres meses, que culminó a su vez en una peritonitis aguda y un shock séptico.
Según el juez que procesa a los seis responsables, se comprobó que hubo "introducción paulatina de sustancias tóxicas no convencionales" y "aplicación de productos farmacológicos no autorizados", amén de "la ocurrencia de diversas situaciones anómalas que fueron disimuladas como inadvertencias o negligencias".
¿Increíble? Para nada. A lo largo de la historia, incluso desde mucho antes que los Borgia usaran todo tipo de recursos para salir de quienes se les podrían atravesar en el camino, el poder se ha disfrazado de horror para mantenerse en el poder.
Ahora bien, más allá del espeluznante capítulo sobre los últimos días de Frei, lo que vale revisar es cómo al ex presidente se lo devoró un Frankestein que, a lo mejor sin querer, ayudó a inventar. Ocurre que Frei desconfiaba de Allende: "tú vas a instituir un gobierno marxista", le dijo antes de que asumiera el poder, fruto de la voluntad popular. Allende le pidió que le diera la oportunidad de demostrarle lo contrario.
Lo que vino enseguida da para muchas preguntas: ¿es cierto que Frei conoció de antemano que se iba a dar un golpe de Estado? ¿Lo supo a través de mandos militares afectos a la Democracia Cristiana? ¿Por qué pasó la noche anterior al golpe en una casa que no era la suya? Algunos de sus biógrafos dicen que consideraba que la única salida posible para el Chile de entonces era tumbar al gobierno, pero que creía que el golpe sería incruento y que los militares harían un gobierno de transición. Cuando despertó a la realidad, era tarde. Pinochet no quería ser ave de paso y para sostenerse recurrió al régimen de terror que conocemos. Frei quiso actuar, pero en la Clínica Santa María, los carniceros le hicieron el mismo trabajo que a miles de sus compatriotas. Es el penúltimo crimen de Pinochet. Como penúltimo será el próximo, porque siempre habrá uno más.
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