Edmundo López Gómez
El Universal, Cartagena
Diciembre 15 de 2009
Cuando se escuchan voces de protesta contra la corrupción, uno se hace la ilusión de que la sociedad no asumirá una actitud complaciente y que, contrariamente, en las oportunidades que ofrece la democracia a los ciudadanos para ejercer el derecho de elegir, escogerá sus mejores voceros en las corporaciones públicas.
Con todo, si hoy uno le toma el pulso a la situación política del país, podemos decir que ha perdido su ritmo moral, y que sólo una minoría lo mantiene, en cuanto ha cumplido con sus responsabilidades de haber ejercido el derecho del voto con sentido ético y político claro.
En verdad, dado el comportamiento permisivo de sectores amplios de nuestra comunidad, la corrupción va tomando la categoría de enfermedad terminal, donde ya los remedios no tienen efectos sanadores ni regeneradores. Bastaría decir que la atrofia de los reflejos morales es de tal naturaleza, que las leyes disciplinarias o penales para rodear el ejercicio del voto de garantías de pureza, son ineficaces.
Son muchas las manifestaciones de corrupción que concurren antes y durante el día de las elecciones: el trasteo de votos; la suplantación electoral, la usurpación de jurados electorales, la manipulación de formularios en blanco; la alteración de información de los operadores del sistema, en concurso con las registradurías municipales, etc. etc. etc.
Sin embargo, el más grande de de los fraudes contra la democracia representativa, se comete cuando el voto se vuelve mercancía, esto es, cuando el político corrupto lo compra. Desde ese momento, la credencial que así se adquiera se vuelve espuria, en cuanto no fue producto de la espontanea y voluntad transparente del ciudadano quien, al vender su voto, se convierte en objeto y no en sujeto electoral propiamente dicho.
Ocurre, para vergüenza de nuestra sociedad, que el “prestigio” del candidato a las corporaciones públicas se le otorga a quien, como se dice en el lenguaje acuñado por comerciantes de la política, tiene capacidad de llenar la tula de billetes para sumar electores a su favor. De esa manera, las elecciones se convierten en subastas vulgares y dejan de ser ejercicios democráticos limpios.
Más con cinismo que con pragmatismo, la corrupción se manifiesta como en el juego de cartas: donde el “case” de los tahúres hace que la contienda se contraiga entre pesos pesados de la trampería política.
Buena parte de los llamados “barones electorales” proceden de ese mundo nauseabundo de la corrupción, pero aquellos políticos que, en cambio, sólo se dedican a circular ideas, propuestas, proyectos, iniciativas- como suele ocurrir en una democracia madura y decente, llevan las de perder, pues el llamado “voto preferente” se vuelve, en la realidad, en el voto concupiscente. En el voto envenenado por la corrupción.
Las frustraciones crecientes de nuestros pueblos, de que hablara un sociólogo de la realidad latinoamericana, van de la mano de la corrupción política, y, para contrarrestar ese sentimiento devastador, pensamos que sólo los jóvenes no contaminados –hombres y mujeres-, pueden contribuir a rescatar la dignidad del voto ciudadano. ¡Para que haya futuro!
Que sean ellos los Adelantados de esa empresa moralizadora.
*Ex congresista, ex ministro, ex embajador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario