Editorial
El Nuevo Siglo, Bogotá
Diciembre 11 de 2009
Aunque a lo largo de las últimas décadas son muchos los que han ganado el Premio Nobel de Paz, pocas veces como ayer se había generado tanta expectativa alrededor del discurso del galardonado de turno. Y es que la atención y análisis al mensaje expresado por el presidente norteamericano Barack Obama al aceptar el reconocimiento del Comité Nobel noruego fue, según internacionalistas e historiadores, comparable a lo que ocurrió en su momento con las palabras de Nelson Mandela, la Madre Teresa de Calcuta y el mismo Martin Luther King. Todos ellos marcaron una línea sobre lo que era y exigía la paz, y cuánto se podría y debería sacrificar por alcanzarla.
Ayer el interés mundial no era gratuito, pues a la sorpresa con que en todo el planeta se recibió semanas atrás el anuncio de que el titular de la Casa Blanca, con apenas nueve meses en el poder y, por ende, pocas ejecutorias que mostrar, recibiría el Nobel de Paz, se sumó el hecho de que el mandatario había anunciado hace apenas unos días el envío de más de 30 mil militares de su país para reforzar la guerra contra las facciones talibanes y la red de Al Qaeda en Afganistán. Ese curioso e inédito caso de un galardonado con la máxima distinción a la pacificación y las salidas humanitarias que, a la vez, toma duras y difíciles decisiones para profundizar las acciones militares, explican por qué en Oslo y en todo el mundo el discurso de Obama era esperado con ansia.
Y el mandatario norteamericano no decepcionó. Algunas especulaciones previas indicaban que sus palabras redundarían en la generalidad y los lugares comunes, para evitar así controversias y réplicas, pero pasó todo lo contrario. Obama habló de frente y sin tapujos sobre la necesidad en muchas ocasiones de hacer la guerra para asegurar la paz y el respeto de los derechos humanos, sobre todo en aquellos casos en donde el enemigo no se presta a negociaciones o actúa ciegamente.
Tras reconocer que frente al estatus y logros de sus antecesores en este Premio, los suyos eran escasos y entendía el galardón más que como un reconocimiento, un llamado a la acción, el líder del país más poderoso del planeta, cuyas tropas están acantonadas en varias latitudes y libran actualmente conflictos bélicos de alta intensidad en países como Irak o Afganistán, advirtió que “a veces la guerra es necesaria, y en cierta medida la guerra es una expresión de los sentimientos humanos”.
Obama dijo que las vidas de miles de uniformados norteamericanos y la fuerza de sus armas han ayudado para mantener la paz mundial a lo largo de seis décadas en regiones como Europa y Asia, resaltando las operaciones militares en Alemania, Corea, los Balcanes y ahora en Irak y Afganistán.
No ocultó el mandatario estadounidense ser el “responsable del despliegue de miles de jóvenes norteamericanos para combatir en una tierra distante. Algunos matarán. Algunos morirán”, pero dijo que tenía un “profundo sentimiento del elevado costo que tiene un conflicto armado, pensando en las difíciles cuestiones sobre la relación entre la guerra y la paz, y nuestros esfuerzos para reemplazar a una con la otra”.
Aún así, Obama fue en enfático en advertir que si bien la guerra “nunca es gloriosa, y jamás debe ser presentada como tal… a veces puede no sólo ser necesaria, sino moralmente justificable”. Puso como ejemplo el caso de la red terrorista Al Qaeda, responsable de los atentados del 11-S y muchos otros ataques mortíferos. Recalcó que las negociaciones no pondrán fin a la amenaza que esta representa.
Es obvio que hablar de guerras moralmente justificables en el atril de Oslo en donde se recibe el Premio Nobel de Paz, no sólo constituye un hecho sin precedentes sino un campanazo de la forma en que Estados Unidos concibe su papel como potencia militar al comienzo de esta centuria y lo que está dispuesto a hacer cuando considere que líderes, organizaciones o regímenes constituyen una amenaza a la paz mundial.
Sin duda alguna Estados Unidos envió un mensaje claro y directo. Obama, el Presidente cuya elección fue recibida un año atrás con esperanza y beneplácito en gran parte del mundo, el mandatario que prometió cambiar la estrategia internacional de la Casa Blanca tras ocho años de polémica y desgastada ‘guerra preventiva’ de Bush, notificó ayer que está dispuesto a hacer la guerra para garantizar la paz y la seguridad. Y que ello no sólo es necesario sino moralmente justificable.
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