José E. Mosquera
El Mundo, Medellín
Diciembre 17 de 2009
Estamos a un día de la culminación de la Conferencia sobre el Cambio Climático en Copenhague, en donde más de 20.000 delegados de 192 países buscan adoptar un nuevo protocolo sobre el calentamiento global. Fue una excelente oportunidad que tuvo la comunidad internacional para estructurar un nuevo acuerdo climático y fijar nuevas metas para enfrentar los desafíos de los efectos del calentamiento mundial.
Por supuesto, que no han sido fáciles las negociaciones sobre los parámetros de un próximo protocolo, debido a los intereses que se mueven alrededor de este controvertido tema, en donde han tenido más preponderancia los intereses políticos y económicos que los contenidos científicos.
En Copenhague se acudió a otra conferencia caótica que trascurre en un álgido debate entre los intereses del mundo industrializado y las demandas del mundo envías de desarrollo, donde son notorias las fisuras entre los dos mundos.
Por un lado, una Unión Europea enfrascada en una serie de enfrentamientos internos que han hecho difícil cohesionar sus criterios entorno a un nuevo pacto. Por el otro, Estados Unidos y China hacen elocuentes anuncios llenos de simbolismos pero sin asumir compromisos reales. Por último Rusia, Japón, Canadá y Australia buscan sacar provecho de los enfrentamientos entre europeos, gringos y chinos.
En una puja política en la cual las potencias emergentes no se han quedado atrás en sus pretensiones de lograr un acuerdo que no afecte sus acelerados crecimientos industriales y para ello tienen su propia trinchera en el grupo de los 77 países envía de desarrollo, en el cual, tanto China como India, Brasil, Indonesia y Sudáfrica tratan de forzar a los otros bloques para que asuman mayores compromisos, en términos de cuotas, recursos y transferencias de tecnologías.
Todas las potencias, al igual que las economías emergentes intentan en las negociaciones ponerse entre si zancadillas para proteger sus intereses económicos sin romanticismos ambientales. Por lo tanto, en dichas negociaciones aún siguen pesando más los intereses políticos y económicos que los criterios ambientales. Por consiguiente, esa serie de intereses han incidido para que hasta el momento no haya un consenso claro para que las reducciones no sean voluntarias, sino obligatorias y abiertas a las supervisiones internacionales.
De por sí el debate es de largo aliento, pero más tarde que temprano, todos los bloques tendrán que pactar acuerdos más concretos, menos demagógicos y más aplicables en la práctica, debido a que las mismas realidades del calentamiento global los obligará a asumir un papel más proactivo.
Por obvias razones los países industrializados y las economías emergentes como los mayores generadores de contaminaciones están obligados reducir sus altos niveles de emisiones gases y en contribuir proporcionalmente con recursos y transferencias de tecnologías hacia los otros países para que exista una respuesta más eficaz sobre los efectos del Cambio Climático.
Pero el mundo desarrollado no está dispuesto a ceder en las proporciones que quieren los países en vía de desarrollo y éste ha sido uno de los grandes escollos en las negociaciones del Cambio Climático desde antes que entrará en vigor el protocolo de Kioto. Por consiguiente, son los aspectos más polémicos que se están debatiendo en Copenhague y que van mucho más allá del ilusionismo de la retórica ambientalista. Por eso comparto con las palabras del presidente de Brasil Luiz Inácio Lula Da Silva, cuando dice que “el verdadero crimen contra la humanidad es relegar a los países pobres a la miseria y cerrarles las puertas del desarrollo”.
Las discusiones sobre el Cambio Climático han permitido la configuración de poderosos grupos de ambientalistas y de ecologistas que aprovechándose del fatalismos han estructurado nuevos centros de poderes económicos e ideológicos, los cuales a través del fatalismo ambiental están frenado en cierta medida el desarrollo en muchas regiones del planeta.
En Copenhague estos grupos están bailando al son de su nueva religión y desde allá sus profetas expresan apocalípticas prédicas sobre futuras hecatombes del planeta. Lo polémico es que detrás de algunos de esos anuncios fatalistas como los que expresó el ex vicepresidente de Estados Unidos Al Gore sobre deshielo del Ártico se ocultan movidas geopolíticas que están siendo utilizadas como instrumentos mediáticos para frenar el desarrollo industrial y la competitividad de muchos países del mundo.
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