Andrés Oppenheimer
El Colombiano, Medellín
Diciembre 6 de 2009
Brasil, Estados Unidos y la Organización de los Estados Americanos (OEA) merecen una medalla de oro cada uno por su pésimo manejo de las elecciones presidenciales del domingo en Honduras.
La medalla de oro por hipocresía política debe ser para Brasil. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva encabeza el grupo de países que no ha reconocido los resultados de las elecciones en Honduras, ganadas por Porfirio Lobo, un izquierdista convertido en empresario. Lula da Silva dice, correctamente, que reconocer la elección de Lobo sentaría un mal precedente para América Latina porque legitimaría unas elecciones convocadas por un gobierno no democrático.
El problema con ese argumento es que la mayoría de las democracias en América Latina surgieron de elecciones convocadas por gobiernos salidos de golpes de Estado, comenzando por la victoria del presidente chileno Patricio Aylwin, en 1989, en unas elecciones nacionales organizadas por la dictadura del general Augusto Pinochet. Por otra parte, las recientes elecciones hondureñas no fueron un invento del régimen de facto del presidente saliente Roberto Micheletti porque se habían programado antes del golpe.
Pero lo que hace de la posición brasileña una evidente muestra de hipocresía política es que sólo días antes de pedirle al mundo que no reconociera la elección de Lobo en Honduras, Lula da Silva le dio un espléndido recibimiento en la capital brasileña al hombre fuerte de Irán, Mahmoud Ahmadinejad, ofreciéndole un reconocimiento internacional que mucho necesita.
Además, ¿cómo puede Lula da Silva llamar a mantener sanciones internacionales contra Honduras mientras, al mismo tiempo, exhorta al mundo a levantar las sanciones que quedan contra Cuba?
Es cierto que Brasil puede verse obligado a tomar una defensa más activa de la posición de Zelaya porque el depuesto presidente está en la embajada de Brasil en Tegucigalpa. Pero la posición de Brasil en la crisis de Honduras ha sido un chiste.
La medalla de oro por indecisión debe ser para Estados Unidos. Inicialmente, el gobierno de Obama se unió a Brasil y otros países latinoamericanos en la denuncia del golpe y la eliminación de la asistencia antinarcóticos y para el desarrollo al gobierno de Micheletti. Luego el Departamento de Estado dijo que reconocería los resultados de las elecciones del domingo, alegando que ayudaría a restablecer una democracia plena en el país.
Es cierto que la crisis de Honduras se desarrolló mientras el cargo de jefe de asuntos latinoamericanos en el Departamento de Estado estaba vacante, porque los republicanos habían demorado la nominación de Arturo Valenzuela hasta su confirmación el mes pasado.
La OEA merece una medalla de oro por parcialidad. En vez de condenar el golpe y simultáneamente hacer alguna crítica a Zelaya por haber desobedecido los fallos del Tribunal Supremo, la OEA sólo hizo campaña a favor de Zelaya.
Esto le dificultó al grupo de 34 países intervenir como intermediario imparcial en la crisis.
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