Liliane de Levy
El País, Cali
Febrero 05 de 2010
Se veía venir. Desde las Olimpiadas del 2008, China se dio a la tarea de exhibir ante el mundo su inmenso poderío en todos los campos, económico, militar, comercial, industrial y también cultural y deportivo. Recuerdo cómo, deslumbrados, observamos el desarrollo de estas olimpiadas de extravagante lujo y precisión y convenimos que difícilmente se podrían superar. Desde entonces, la imagen que China proyecta es la de un país con el que se debe contar para todo. Una superpotencia. Más aún ahora cuando salió airosa de la crisis económica que sigue arruinando al mundo. Y se da el lujo de volverse arrogante con Estados Unidos, que prácticamente le debe su supervivencia económica gracias a los trillones de dólares que Pekín le presta. Arrogancia que al parecer Washington difícilmente tolera y altera las relaciones chino-americanas, con tendencia a agravarse por culpa de tensiones que se vienen acumulando y hay que considerar.
Veamos. En otoño del año pasado, Barack Obama no fue bien recibido durante su visita de buena voluntad a China. El Presidente norteamericano había llegado a pedir colaboraciones vitales en cuestiones económicas y políticas, pero pese a su encanto, y a su mano siempre tendida, no obtuvo absolutamente nada. Y eso que se cuidó de no ofender a sus anfitriones: no habló de derechos humanos e, incluso, se sometió a prácticas dictatoriales al conceder una conferencia de prensa sin permitir preguntas de los periodistas (?). Pero aún así, Pekín no aceptó ninguna posibilidad de revaluar su moneda, el yuan, para permitir a la industria estadounidense (y mundial) levantar cabeza ni se comprometió en el esfuerzo global de sancionar a Irán para frenar sus afanes nucleares. El fracaso de la visita de Obama a China levantó ampollas en los Estados Unidos. Luego, en Copenhagen, durante la conferencia sobre el clima, el malestar aumentó cuando China bloqueó y (dicen las malas lenguas) humilló a los estadounidenses que aportaron ideas que no pudieron concretar.
Visiblemente muy irritados los norteamericanos están reaccionando. Y lo hacen con medidas que, hasta el momento, están complicando, aún más, sus relaciones con los chinos. Una es el anuncio de una billonaria (US$6,4) venta de armas a Taiwán que de inmediato Pekín censuró y calificó de “injerencia” en su política interna (la venta tiene su explicación en el ‘Taiwán Relation Act’, firmado en 1979, que obliga a Washington a suministrar a Taiwán las armas defensivas que necesita). Luego fue el anuncio oficial de un encuentro en Washington, fijado para el 16 de febrero, entre el Dalai Lama, vocero de la causa tibetana y Nobel de Paz en 1989, y Barack Obama, Nobel de Paz en 2009. El anuncio emitido por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, provocó una respuesta furiosa de Pekín que considera al Dalai un separatista (él lo niega) y un enemigo con el que nunca hablará. Estaremos atentos para ver si la controvertida reunión se realiza. Por otra parte, la Administración Obama ha decidido apoyar a la compañía Google en su pelea con Pekín en torno a la censura que los chinos aplican sobre Internet.
En resumidas cuentas parece que Estados Unidos y China miden su fuerzas sin querer llegar a mayores. Saben que rivalizan, pero se necesitan. Y que de sus alianzas y confrontaciones puede surgir un nuevo orden mundial, que uno de los dos dominará… Da miedo.
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