miércoles, 17 de febrero de 2010

El paradigma de Piedad Córdoba

Eduardo Mackenzie

Colombian News, París

Febrero 17 de 2010

Piedad Córdoba está en campaña para obtener su reelección: ella ofrece dos militares rehenes, y los restos del mayor Julián Ernesto Guevara, un rehén muerto en cautividad. Ella está en campaña y no pide a las Farc la liberación de todos los rehenes y secuestrados. Sólo tramita la liberación de dos, Pablo Emilio Moncayo y Josué Daniel Calvo, cautivos desde hace 13 años. Ella adopta el esquema que las Farc le han dado: tratar ese problema con cuenta-gotas para mantener la tensión y el dolor de los colombianos. Ella no le exige nada a los secuestradores. Por el contrario, ella promociona a las Farc y, a su vez, las Farc la promocionan a ella. Ella acepta ese papel repugnante. Parece estar orgullosa de ello. Ella se construye como la única artífice de la entrega de rehenes.

Piedad Córdoba nunca pidió la liberación inmediata de todos los secuestrados y rehenes. Ella funge como “mediadora” en las “liberaciones” que las Farc programan, según una siniestra agenda. Hay que recordar como ella frenaba, en la sombra, con Raúl Reyes, en diciembre de 2007, la liberación de Ingrid Betancourt. Su fondo de comercio se agotaría si todos los rehenes fueran liberados. Ella calificó de “fascistas” las manifestaciones de millones de colombianos contra las Farc del 4 de febrero de 2008, las cuales exigieron eso: la liberación inmediata de todos los secuestrados.

Patético es el destino de Piedad Córdoba. Su visibilidad política depende cada vez más de la tragedia de los rehenes. Empero, su reelección como senadora está en entredicho: su propio partido la relegó a una posición humillante en sus listas. Ella relanza, entonces, su discurso sobre “la paz” y la promesa de la liberación de rehenes. Piedad Córdoba existe pues los rehenes de las Farc existen. “Sin mí no hay liberaciones”, es el mensaje extra verbal que le hace llegar todos los días, con la complicidad de cierta prensa, a los colombianos. Un mensaje terrible.

Sin ese crimen detestable, atroz y permanente, que ha destruido y que sigue destruyendo la vida de miles de familias colombianas, la controvertida senadora no podría buscar un lugar bajo el sol.

Sin eso Piedad Córdoba no podría tratar de escapar al cerco de aislamiento y olvido que muchos colombianos, con mucha razón, van a tenderle. Sin la banda de Alfonso Cano y Jojoy la senadora liberal no sabría cómo hacer sus cuentas y quedaría en el limbo. Ella existe pues los secuestrados siguen en manos de sus verdugos, enterrados en alguna selva. Esa es la realidad de ese personaje.

Los colombianos mal haríamos en olvidar lo que Piedad Córdoba dijo al semanario comunista Voz, en octubre de 1998: que su encuentro con Tirofijo, durante la época de la zona del Caguán, había sido el momento más sublime de su vida, y que Jojoy, Romaña y los otros eran hombres “de diálogo”, dotados de sanos “principios” que ella “comparte plenamente”. (Voz, 24-27 de octubre de 1998).

Son criterios que ella no ha abandonado. ¿Qué dijo Piedad Córdoba acerca de la sangrienta emboscada contra el candidato conservador a la gobernación del Guaviare, José Pérez Restrepo, en la que las Farc mataron a seis personas y donde Pérez fue gravemente herido? Nada. ¿Qué ha dicho sobre la nueva directiva de Cano de secuestrar candidatos para forzar el canje humanitario? Nada. La candidata de “la paz” no ha repudiado nada de eso.

Eso lo deben recordar sobre todos aquellos que piensan votar en marzo por el Partido Liberal, formación que no repudió las declaraciones de 1998, ni expulsó a la autora de las mismas, como un verdadero partido liberal habría hecho.

Piedad está pues en campaña. Dice que un “protocolo” de entrega ya existe. Que todo está listo. Ella pone, sin embargo, condiciones: que no haya sobrevuelos militares, que el helicóptero de apoyo sea brasileño. Y da permisos: la Cruz Roja internacional y la Iglesia Católica podrán intervenir. No ha dicho si está exigiendo también, como la vez pasada, que tal individuo filme la operación, que otro dialogue con un matón de las Farc, que otro entreviste a los cautivos bajo los fusiles de las Farc, antes de ser liberados, como hizo Hollman Morris, vergüenza del periodismo, en febrero de 2009. Los cuatro rehenes de ese día estaban amenazados de muerte si no decían lo que las Farc querían que dijeran. Morris fue cómplice de eso y trató, después, de vender esas imágenes a Aljazzira, lo que esa agencia repudió.

Esa es la campaña: los rehenes al servicio de la visibilidad de las Farc. La Córdoba podría tener un cronograma para prolongar ese efecto. En marzo, otra propuesta de liberación de rehenes, y otra antes de la elección presidencial, para acusar de todo al candidato Álvaro Uribe, o al candidato del uribismo. Todo eso debe estar ya preparado, con sus amigos del Polo, de Colombianos por la paz, y con los topos de las Farc.

La actividad de esa senadora no es humanitaria. Es lo opuesto de eso. Ella explota el dolor humano para forjarse un destino político al lado de la peor banda criminal de la historia de Colombia. Su sistema apunta a la abolición completa de la libertad humana.

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