José Obdulio Gaviria
El Tiempo, Bogotá
Febrero 10 de 2010
Insólito: el Presidente fue a
¡Cuánto hubieran dado las pasadas generaciones de colombianos por haber tenido tal ejemplo de grandeza, civilización y temperancia! ¡Cómo hubiese sido de distinta nuestra historia!
En el librito Colombia, asesinato y política (2000) recordé a don Miguel Cané, embajador argentino (1881) -el de la hipérbole aduladora "Bogotá, Atenas suramericana"-. Cuenta él, en Notas de viaje, que en las escuelas colombianas se enseñaba a los niños que el asesinato, cuando se cometía en desarrollo de una táctica política, no era un crimen. Que, al contrario, podía ser una virtud heroica. "En un colegio, dice, una adorable criatura hizo la apología del tiranicidio. Para ella, un tirano no era un hombre, ni tal asesinato constituía un crimen". Escandalizado, Cané exclama: "(...) ¡que fría y dogmáticamente se enseñe en las escuelas que el asesinato puede alguna vez merecer encomio sobre la tierra... no! ¡¿Ir a la escuela a enseñar a la virgen que bebe las ideas que más tarde trasmitirá a sus hijos, que el asesinato político es, en ciertos casos, una acción legítima?! (...) ¡No, una vez más, no!".
Las cosas han cambiado. Con excepción de los terroristas, o de un alumno de
Y no será precisamente por la altura intelectual de la contraparte (oír debate de
Uribe estuvo brillante. A un público hostil le arrebató, incluso, aplauso cerrado, cuando le dijo a la señora López, mirándola a los ojos: "Por convicciones (...) jamás me dejé someter de la guerrilla ni me dejé halagar del paramilitarismo".
En ese librito del 2006 comenté que Schopenhauer había ganado plaza como inspirador intelectual de la oposición colombiana, que parecía dominar (sin haberlo leído) su manual de Dialéctica erística o las 38 estratagemas para (aparentar) tener razón.
Las señoras López y la decana, doña Natalia, por ejemplo, ante la falta de argumentos, intentaron aplicarle al Presidente la estratagema 8: "Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en cólera, pues, obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente ni de aprovechar las propias ventajas. Se le encoleriza tratándole injustamente sin miramiento alguno, incomodándole y, en general, comportándose con insolencia". ¡Nada! No encontraron quién entrara en su juego.
Natalia y López, enfurecidas, intentaron aplicar la estratagema 38: "Cuando el adversario es superior y se tienen las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; se pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la persona del adversario". Tampoco encontraron sujeto.
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