Editorial
La Patria, Manizales
Febrero 4 de 2010
Lo que se le exige a los norteamericanos es que asuman la parte de responsabilidad que les corresponde y continúen apoyando sin menoscabo la lucha que acá se está librando. De amarguras y felicidades, sin que se haya perdido alguna vez el entendimiento, han sido las relaciones entre Colombia y Estados Unidos durante el año de mandato que cumplió recientemente el presidente de la potencia americana, Barack Obama.
Después de la época aciaga de Samper, en la que Colombia estuvo prácticamente aislada del mundo y el propio presidente no tenía visa para ingresar a los Estados Unidos por cuenta del financiamiento de su campaña electoral por los carteles de la droga, las relaciones de colaboración de EE.UU. con nosotros a través del Plan Colombia y la ayuda en lucha contra el terrorismo habían venido mejorando año tras año, aún con el cambio de presidentes en ambos países.
Independiente de que fueran los demócratas con Bill Clinton o los republicanos con George W. Bush, entre Colombia y EE.UU. han primado razones de Estado frente a eventuales intereses de partido, y por eso nuestro país se ha convertido en el más fiel y confiable aliado de los norteamericanos en este hemisferio.
Con la llegada de Obama al poder, cuando su país afrontaba una de las crisis más severas de las últimas décadas, las prioridades de atención fueron otras, pues la recesión económica y la debacle financiera requirieron la total atención del recién elegido presidente, ignorando los asuntos bilaterales con Colombia. El TLC, firmado y esperando la aprobación del congreso de EE.UU. no aparecía en la agenda política ni comercial de ese país, a pesar de la importancia estratégica que representa.
Al gobierno de Obama parecen importarle poco las provocaciones de Chávez y sus pupilos en Nicaragua y Bolivia, además de su ahora explícita aspiración comunista, y con más desdén que entusiasmo mandó a su embajador en Colombia a firmar el acuerdo de cooperación para el uso de las bases militares, un elemento clave de disuasión contra las aspiraciones expansionistas del ex coronel golpista.
Y mientras todos estos antecedentes no dejaban mucho campo para el optimismo, Obama en su primer discurso de la Unión ante el congreso de su país, mencionó a Colombia como uno de sus principales aliados, abriendo nuevamente la esperanza de que por fin se ponga en la agenda política el tema del tratado comercial con nuestro país.
Pero el entusiasmo duró poco, pues esta semana cuando se presentó el presupuesto de gastos de los EE.UU. para que sea aprobado por el Congreso, la ayuda que se ha venido entregando para cooperación militar y Plan Colombia sufrió un recorte del 10%, en momentos en que los resultados en la lucha contra el terrorismo y las drogas muestran cifras más positivas.
Es cierto que el déficit fiscal de EE.UU. alcanza cifras astronómicas y que por ello no sólo la ayuda a Colombia va a disminuir, pero lo que no parecen entender los demócratas norteamericanos es que la colaboración con nuestro país tiene más de cooperación con la seguridad nacional de ambos países que con un simple tratado de comercio o unas ayudas de beneficencia.
Colombia se ha comprometido no sólo con la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, sino que lo ha hecho con el respeto por los derechos humanos y las libertades políticas, a pesar de algunas voces contrarias. Lo que se le exige a los norteamericanos es que asuman la parte de responsabilidad que les corresponde y continúen apoyando sin menoscabo la lucha que acá se está librando.
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