César Montoya Ocampo
La Patria, Manizales
Febrero 4 de 2010
Estas republiquetas pertenecen a un tercer mundo rezagado. Son dueñas de abundancias mal explotadas o arañadas por los cacos, con civilización imperfecta, manejadas por caudillos venales. Subsisten precariamente. Están sometidas a los atavismos que las anclan en un pasado de silencios. Los demagogos las engolosinan dibujándoles un porvenir con arreboles lisonjeros. Las alimentan a base de proclamas sonoras, inyectándoles mentiras democrateras, inventándoles enemigos poderosos que es preciso destruir, ensalzándolas, creándoles futuros de fantasía. Si son pobres en extremo, viven de los auxilios que les llegan de las naciones económicamente poderosas. Si tienen riquezas propias, los carteles criminales que se forman a la sombra de los poderosos que gobiernan, las exprimen y las desvalijan.
América está recargada de repúblicas bananas. Venezuela, Argentina, Haití, Bolivia, Cuba, Nicaragua, son manipuladas ahora por autócratas. Régulos salidos de los cuarteles, convertidos en amos que escalaron la cima a zancazos traicioneros, surgidos de la gleba indígena, con hambre incontenible de mando, inamovibles, brotados del arrabal. Llegaron al poder con linderos pétreos. Sin embargo, el embrujo que produce la voluntad omnímoda para hacer y deshacer, la morfina de la pleitesía que con abisagrada columna vertebral rinden los eunucos, abren las agallas de estos tiranuelos que obtienen, mediante turbios asaltos, un manejo libertino de las constituciones. Corrompiendo con sinecuras a los legisladores logran, para su beneficio, unas programadas mudanzas institucionales.
Venezuela es un país podrido. Se la roban los favoritos del Coronel. Cómo puede ser que el vicepresidente haya sido, a la vez, ministro de defensa y su esposa ministra de ambiente. Ese acaparamiento de las altas posiciones irrita a la opinión. Cómo es posible que el progenitor del presidente fuera gobernador y sus hermanos luzcan entroncados en las posiciones claves del estado. El chafarote, de tan elegantes maneras, ha hecho con la Constitución lo que le ha dado la gana. Un legislativo servil ha posibilitado que Chávez, legalmente, pueda morir rigiendo los destinos de su patria.
Acaba de ser publicada una diatriba atroz contra los Kirchner de Argentina, escrita por Marcos Aguinis. El pequeño libro inunda todas las provincias, acaparado por un público perplejo con la deshonestidad del matrimonio conformado por Néstor y Cristina. Herederos de Perón, experto en amantes crapulosas, “los k” como los identifica el crítico implacable, encontraron una vía tramposa para la reelección. El marido puso el poderío del estado al servicio incondicional de su mujer. Por esta vía torcida, Néstor Kirchner duplicó su período presidencial. Lo escribe Aguines: “...el presidente Néstor eligió como candidata a su esposa, para de ese modo eternizar en la presidencia a la letra K. No tuvo que torcer la Constitución para que la K sea reelegida hasta el juicio final, como necesitan desesperadamente Chávez y su caterva de discípulos latinoamericanos”.
Haití es el país paria de América. Este territorio habitado por raza negra, tuvo, en sus comienzos, un simbolismo rimbombante: emperadores y reyes. Después, con excepción de Alejandro Petion, una pandilla de saqueadores. Los Duvalier, Francois, padre, que instauró un régimen de terror, y Jean Claude, hijo, felizmente destronado, hoy en Francia, viviendo como un potentado con los dineros que robó. Vinieron después Aristide y unos sargentos que desvalijaron lo poco que quedaba en las arcas miserables. Y como si esas desgracias fueran pocas, la naturaleza ha castigado la pequeña isla con látigo de fuego. Si Dante viviera, la calamidad apocalíptica de Haití sería un capítulo más de su obra portentosa.
Mariano Melgarejo fue un mandatario locato de Bolivia. Hijo natural de una indígena, escaló relieve en la vida militar. Se recuerda su gobierno por lo cruel y estrambótico. Hay que aceptar que Bolivia ha tenido mandatarios insignes. Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Andrés de Santa Cruz, Víctor Paz Estensoro. El Che Guevara escogió este territorio para repetir la gesta heroica de Cuba. Fracasó en su empresa y allí murió. Ahora conquistó la presidencia Evo Morales, y con el talento ladino propio de los indios, hizo reformar la Constitución para hacerse reelegir. Súcubo de Chávez, es su caja de resonancia. Para justificar su política estigmatizadora contra la anterior clase gobernante, ha convertido a los Estados Unidos en un monstruo terrorífico, causante de los tsunamis y ahora del terremoto que arrasó a la proletaria Haití. Administra con cholos y dirigentes sindicales y como Melgarejo, es un fanático de odios obsesivos.
¡Pobre Nicaragua! Un hombre burdo, con las delicadezas de un cuadrúpedo, se ha empotrado sobre su geografía, con el propósito, sin límite de tiempo, de enquistarse en el poder. Hay un antecedente que produce asco. Arnoldo Alemán, un ejecutivo ratero, fue condenado por la justicia. Daniel Ortega hizo pacto con él a cambio de conseguir por vía legislativa un trato excepcional para el cleptómano. También protagonizó un escándalo por abuso sexual con una hija suya. Afirman que la persona que manda en Nicaragua es la esposa del ventrílocuo. Tiene una ostentosa debilidad por la guerrilla colombiana. Ahora, con cinismo desabrochado, promueve un cambio de la Carta Magna para hacer un gobierno infinito.
Fidel Castro es eterno. Es seguro que Gabriel García Márquez lo tomó como prototipo cuando escribió “El Otoño del Patriarca”. Se pierde en la memoria su nombre, vinculado al paredón, al presidio por decenios de los intelectuales no adictos a su revolución socialista, a los persistentes esfuerzos por exportar su concepción glotona y dictatorial del poder. Administró una presidencia vitalicia, y cuando el ocaso tiznó de ceniza su barba escurridiza, y los cíclicos espasmos derrumbaban su cuerpo aparatosamente, descargó en su hermano el aparente manejo de la isla, aunque él, detrás de bastidores, sigue imponiendo su criterio de cacique inamovible. Castro es el consejero de los mandarines de esta América mulata, caracterizados por sus desplantes, por la irracional y encolerizada rabia contra los gringos. Sus fanáticos discípulos, se reúnen con frecuencia para hacer del insulto un impotente alarido emocional.
Todos son unos liliputienses ególatras extraídos de los suburbios anárquicos, buenos para vociferar, títeres de Castro. Se perpetúan como ejecutivos modificando constituciones, comprando legisladores y regalando prebendas. En conclusión, estamos frente a un pequeño aquelarre de ambiciosos, empotrados en repúblicas bananas que se identifican por un rojo chillón.
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