Vicente Torrijos
El Nuevo Siglo, Bogotá
Febrero 16 de 2010
Agobiadas como están por la ofensiva estatal en territorio patrio, las Farc han tenido que desarrollar durante los últimos tiempos una ‘política de fronteras’ que les ha dado resultado en unos casos (por evidente complicidad), pero que ya está haciendo agua.
Hasta los ecuatorianos, aunque tímidos y prudentes frente a la Alianza Bolivariana de la que hacen parte, han ido calculando con prudencia sus movimientos recientes y, poniendo un pie adentro y otro afuera del ALBA, están demostrando sus dotes de equilibristas.
Por su parte, los nuevos gobiernos latinoamericanos han resuelto tomar el toro por los cuernos y fundar, junto a Colombia, lo que ahora podríamos llamar ‘seguridad democrática continental’, es decir, el conjunto de esfuerzos militares y no militares por luchar contra el terrorismo compartiendo la prosperidad (libre comercio) y fortaleciendo simultáneamente las libertades públicas (democracia representativa) y la solidaridad regional (ante desastres políticos y naturales).
En la práctica, eso puede verse con toda claridad en los nuevos gobiernos de Piñera en Chile, de Lobo en Honduras y de Laura Chinchilla en Costa Rica.
Todos ellos admiran a Colombia, su democracia y su persistencia estratégica para luchar, a veces en condiciones adversas, contra el expansionismo, el intervencionismo y la promoción del terrorismo.
Pero el ejemplo más contundente de todos es el de los panameños. Con un presidente como Martinelli, a quien no le tembló el pulso para despedir a Zelaya y darle la bienvenida a Porfirio Lobo, el régimen chavista ha visto cómo se derrumba su proyecto centroamericano y las Farc han constatado que soplan nuevos vientos en América Latina.
Precisamente, el Secretariado se ha mostrado alarmado y sorprendido por la “política inexplicablemente agresiva” de las tropas panameñas hacia la guerrilla y, en su ingenuidad romanticona, se han quejado ante el Presidente porque en la frontera, “la Guardia desarrolla patrullajes conjuntos con el Ejército de Colombia”.
Gimoteando, y esta vez sin atreverse a proferir amenaza alguna, ni tácita ni expresa, las Farc tratan en vano de explicar que su política de fronteras se basa en la no agresión y le solicitan al gobierno que “suspenda los ataques” pues no se explican tan “injustificada hostilidad”.
Acostumbradas, claro, a que en una que otra capital del vecindario les extiendan tapete rojo y les llamen a manteles, los camaradas marxistas no alcanzan a comprender que ahora, tanto en Panamá, como en el resto del continente, el materialismo histórico bolivariano ya no tiene espectadores y que, por el contrario, está siendo rechazado por la razón… pero también por la fuerza.
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