Editorial
El Tiempo, Bogotá
Mayo 14 de 2009
Creador fantástico de personajes, y personaje él mismo, el compositor desfila por las páginas de Cien años de soledad como si fuera una creación más de Gabriel García Márquez, que allí lo llama "el sobrino del obispo, heredero de los secretos de Francisco el Hombre". Nacido en 1927, Rafael Escalona marcó una diferencia importante con los compositores vallenatos que lo antecedieron: él procedía de la alta burguesía de Valledupar, donde años antes la música de acordeón era vista como asunto de campesinos analfabetos y lugares de baja estofa; Escalona culto, había nacido en alta hamaca, y, además, no tocaba instrumento alguno. Todo, pues, conspiraba contra su vocación de trovador.
Pero su música empezó a cantarse desde que era un sufrido bachiller, e incluso se grabó al principio sin respetar el nombre del autor. La explicación es sencilla, y la ofrecía en marzo de 1950 un escrito de García Márquez: "Escalona es el intelectual de nuestros aires populares, el que se impuso un proceso de maduración hasta alcanzar ese estado de gracia en que su música respira ya el aire de la pura poesía".
En un mundo donde algunos grandes autores se vanaglorian de haber compuesto más de 400 cantos, Escalona aparece, ciertamente, como un compositor medido: menos de 100 en más de 60 años de carrera. Pero son pocos los que no han pasado a la memoria emocional y colectiva de los colombianos. Muchos, como La casa en el aire, La custodia de Badillo, Honda herida, La molinera, La brasilera, El testamento, Jaime Molina, La historia, El villanuevero, El contrabandista, pueden llevar sin vacilación el mote de clásicos. Algunos de estos y otros han circulado por el planeta entero, como El pobre Migue, e incluso hay versiones de ellos en otros idiomas. Los cantos de Escalona inspiraron más cantos, cientos de columnas de prensa, cuentos y hasta telenovelas. Nada de esto significó, sin embargo, que al autor se le hiciera justicia en materia de derechos. Escalona luchó toda su vida para que los compositores recibieran los réditos económicos que les escamoteaban de sus obras. También luchó por propagar el folclor de su región y fue uno de los impulsores del Festival Vallenato.
Desde hace un tiempo se lo notaba triste y lloroso. Se habían venido desgranando sus amigos del alma: Poncho Cotes, Tobías Enrique Pumarejo, el dibujante Molina, Consuelo Araujonoguera y, hace pocos años, quien mejor lo interpretó y difundió: el acordeonero Nicolás 'Colacho' Mendoza. Para peor, llevaba meses sufriendo algunas enfermedades que agravaban la sensación de soledad de sus compañeros idos. Finalmente, un malestar lo redujo a la clínica donde acaba de fallecer, a los 81 años. Él habría dicho de sí mismo: "Un hombre así mejor se muere, ay, para ver si así descansa". Nosotros lo despedimos con la certidumbre de que fue decisivo para que el vallenato, ese viejo oficio de juglares descalzos, se convirtiera en el principal producto de exportación musical de Colombia y en espejo de nuestra identidad sentimental.
1 comentario:
Lástima que haya muerto, aún con la incertidumbre de no saber si la demanda por el pago justo de su obra se declararía a su favor o en contra...
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