Por: Jorge Ramos
El País, Cali
Mayo 17 de 2009
Está de moda visitar al dictador Raúl Castro y a su hermano Fidel en La Habana. Lo que no está de moda es pedir que en la isla haya una verdadera democracia representativa, que se respeten los derechos humanos, que haya libertad de prensa y que los cubanos puedan salir de su país cuando se les dé la gana.
Es como un trencito. Los presidentes latinoamericanos han ido llegando a La Habana con un sorprendente cargamento de ingenuidad. Sus visitas, lejos de promover una apertura democrática en la isla, refuerzan a un par de dictadores atornillados al poder durante medio siglo.
El requisito mínimo, en primer lugar, es exigir públicamente el fin del embargo norteamericano. Pero todos son censurados: ninguno puede criticar abiertamente a la dictadura cubana ni reunirse con prisioneros políticos. Es increíble que estos presidentes acepten una mordaza de sus anfitriones cubanos cuando ellos mismos no podrían imponer el mismo tipo de censura en sus países.
Así llegaron en enero los mandatarios de Panamá y Ecuador. En febrero cayeron los mandatarios de Guatemala y Chile. (Pregunta: ¿cómo se habría sentido Michelle Bachelet si durante la dictadura militar -responsable de la muerte de su padre- un presidente latinoamericano hubiera ido a visitar a Augusto Pinochet a Chile?). En marzo visitaron los líderes de República Dominicana, Honduras y Argentina. Y en abril lo hizo el incondicional Daniel Ortega, de Nicaragua; Evo Morales, de Bolivia y Hugo Chávez, de Venezuela, que van y vienen.
Cuando veo las caritas sonrientes de esos presidentes en La Habana me pregunto: ¿acaso no saben que a sólo unos pasos de ahí hay prisioneros políticos pudriéndose en sus celdas? Estas visitas responden a una búsqueda de legitimidad del régimen castrista. Y sólo busca legitimidad quien no la tiene.
¿A qué van los mandatarios a Cuba? Hay, claro, una curiosidad personal por ver a Fidel antes de su muerte. Pero las fotos de los encuentros le sirven al Gobierno de la isla para promover la continuidad. Ya ven, sugieren los pie de fotos, nuestro líder histórico no está moribundo ni tampoco nuestro sistema de gobierno.
Los presidentes van porque creen que pueden ser útiles en una futura transición hacia la democracia en Cuba. O como intermediarios entre ella y Estados Unidos, como lo propuso Calderón a Obama en su visita a México.
Y esto nos lleva a la próxima visita de Calderón a La Habana. El Gobierno de México se había guardado la fecha, en parte, para evitar protestas y un muy incómodo debate público. Hoy sabemos que iba a ser muy pronto. Pero como Cuba prohibió los vuelos desde y hacia México debido a la influenza, ahora Calderón lo piensa dos veces.
“Pues, sí, iba a ir a Cuba, efectivamente, en estos días, semanas”, le dijo en una entrevista al periodista de Televisa, Joaquín López Dóriga, “pero como Cuba ha impedido los vuelos de México, pues a lo mejor no voy a poder ir”.
Ahora bien, el régimen cubano, con tal de conseguir la primera visita de un presidente mexicano en años, pudiera restablecer rápidamente los vuelos a México. Y si Calderón cae en la trampa, ojalá aproveche su visita para defender los derechos humanos de los cubanos.
México, que tanto se queja del maltrato a los inmigrantes mexicanos en Estados Unidos, hace algo mucho peor con los cubanos que llegan en botes o balsas a México: los deporta a un futuro incierto y no hace ningún tipo de seguimiento para asegurarse que el cubano deportado no sea encarcelado o sufra severas represalias a su regreso forzado a la isla. Esto forma parte de un nuevo acuerdo firmado por el gobierno de Calderón con el régimen cubano. Pero ese acuerdo debe ser revisado.
Además, Calderón sí puede hacer algo distinto a otros presidentes latinoamericanos que le precedieron en su viaje a la isla. Cuando vaya a La Habana, ojalá Calderón no tenga miedo de decirles a los cubanos que su familia -y muchas otras familias- lucharon en México durante mucho tiempo para no vivir como en Cuba: sin prensa libre, sin libertad religiosa y sin verdaderas elecciones multipartidistas.
Ojalá el Presidente mexicano le cuente a Raúl y a Fidel que su padre, Luis Calderón Vega, uno de los fundadores del Partido Acción Nacional, PAN, dedicó su vida a que los mexicanos no tuvieran un régimen autoritario como el que ahora sufren los cubanos.
Ojalá Calderón les recuerde que él hizo todo lo posible para que terminaran las siete funestas décadas del PRI y que sabe que cinco décadas ininterrumpidas en el poder son muchas. Ojalá no se quede callado frente a las violaciones de los derechos humanos que hay en Cuba y que él tanto denunció cuando ocurrían en el México priísta.
Ojalá exija que, como condición a su visita, le permitan reunirse con prisioneros políticos, disidentes, periodistas independientes y con las Damas de Blanco (un grupo de mujeres en Cuba que luchan por la liberación de sus familiares disidentes encarcelados por la dictadura).
En otras palabras, cuando Calderón vaya a La Habana, ojalá pida para los cubanos las mismas libertades que él siempre ha exigido para los mexicanos. Y, si hace eso, entonces su viaje habrá valido la pena.
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