Por Luis María Murillo
El Tiempo, Bogotá
Mayo 5 de 2009
Las manifestaciones desabridas del sindicalismo el primero de mayo en Colombia, deslustradas con acciones vandálicas y consignas que parecen ceñidas al libreto de la subversión, desdicen del que debería ser un movimiento entregado al progreso del país y de sus trabajadores. Anclado en caducos postulados marxistas y en ideas recalcitrantes de izquierdas, nuestro sindicalismo parece más devastador que edificante. En pugna permanente con el poder y con el empresariado, ya poco congrega a los trabadores que buscan estabilidad y armonía en sus empleos, lejos de la agitación que propugna la lucha de clases y privilegios absurdos y desbordados. La escasa proporción de trabajadores afiliados habla por sí sola.
El mundo no es el que imaginó Marx, ni lo será. Tampoco es el de Lenin y Stalin: sus proyectos fracasaron. Ni
Mucha historia ha transcurrido desde la explotación inmisericorde de los trabajadores en que derivó la revolución industrial, desde la revuelta de Haymarket que nos trae el recuerdo de los Mártires de Chicago, sindicalistas ejecutados en esa ciudad en 1887, cuya memoria evocamos desde 1889 todos los primeros de mayo y desde la postulación de la dictadura del proletariado. El mundo es otro y sus admirables progresos afirman el capital como fuente de los logros.
El capital y la riqueza deben ser para todos la fuente de la prosperidad. Pero ese bienestar no se construye mediante la dialéctica de vencedores y vencidos, de amos y esclavos, de explotadores y explotados, del capital contra el trabajo, de la mutua desconfianza, de la hostilidad perenne. Se edifica sobre la convivencia armónica y el reconocimiento del valor de cada actor del mundo laboral, en el que se comprenda la razón de ser del trabajador y el empresario, como complemento imprescindible uno del otro y no como contradictores enconados.
Sindicalistas colombianos: ¡más inteligencia y visión demandan sus banderas!
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