martes, 5 de mayo de 2009

Una amenaza real

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Mayo 5 de 2009

 

Un grave episodio sucedido en los últimos días en la frontera colombo-venezolana ha vuelto a poner sobre el tapete la necesidad de mejorar la confianza entre los Gobiernos y de pulir los mecanismos de cooperación en materia de seguridad. El miércoles pasado, en La Guajira, un grupo de las Farc asesinó a siete soldados y posteriormente, según Bogotá, se refugió en el país vecino. El presidente Álvaro Uribe, sin la vehemencia de otras épocas, le pidió colaboración a su colega, Hugo Chávez, para capturar a los guerrilleros, llamamiento que reiteró este fin de semana desde Valledupar. El mandatario bolivariano respondió con tono pausado que su país no apoya a los grupos armados, pero agregó que no toleraría una violación de su soberanía.

 

En otros tiempos, el impasse se habría crecido. Esta vez, los gobernantes actuaron con mesura y los medios de comunicación aquí y allá fueron discretos. Además, Uribe lamentó en público el accidente de un helicóptero ruso en el Táchira, en el que murieron 18 militares venezolanos, incluido el general Domingo Faneite, director del teatro de operaciones que vigila la región. Los acontecimientos, en síntesis, no afectaron el buen clima que se ha ido forjando en las últimas cumbres presidenciales: los dos líderes han aprendido que el manejo reposado de los problemas les conviene a ambos y que un incidente no puede echar por la borda la comunicación que han construido con mucho esfuerzo y después de no pocas tensiones.

 

Pero la seriedad de lo ocurrido no se puede subestimar. La presencia de la guerrilla colombiana en el área sigue siendo una amenaza para la normalidad diplomática. El Departamento de Estado norteamericano, en un informe publicado la semana pasada, dijo que el régimen chavista ha limitado su cooperación con Colombia en el combate contra dichos grupos por su empatía con las Farc, y el canciller Nicolás Maduro reaccionó con ira para cuestionar la "doble moral" de Washington. Habrá que ver si la luna de miel entre Chávez y el nuevo gobierno de Barack Obama languidece, o si el reporte recoge más bien la inercia de los sentimientos radicalizados de la era Bush.

 

La secretaria de Estado, Hillary Clinton, según declaraciones recientes, piensa que su país no debe intensificar la confrontación con contrapartes latinoamericanas en momentos en que China e Irán buscan en forma abierta incrementar su influencia en el continente. Pero eso no puede desconocer que Bogotá, Caracas y Washington forman un triángulo influido por la ideología y cada una de esas relaciones se ve afectada por las otras. Las tensiones entre Uribe y Chávez se alivian si este último cumple su propósito, expresado en la Cumbre de las Américas, de ser amigo de Obama, porque deja de mirar a Colombia como un aliado del imperio que quiere ayudar a su derrocamiento.

 

La otra dimensión, la estrictamente bilateral, también tiene riesgos, a pesar de las buenas migas de los presidentes. Uribe acusó hace poco a varios jefes guerrilleros de ser cobardes por esconderse al otro lado de la frontera, lo que en carta blanca significa que sigue considerando a Venezuela como un refugio. Y Chávez, por su parte, prefiere lavarse las manos ("esta guerra no es nuestra", dijo) antes que condenar a las Farc o demostrar con hechos que está dispuesto a cooperar con las Fuerzas Armadas de Colombia. La dosis de ambigüedad no es constructiva y desaprovecha una oportunidad para consolidar su relación con Bogotá.

 

Es positivo que los incidentes se controlen y no pasen a mayores. Pero la armonía entre los jefes de Estado no reemplaza el trabajo conjunto frente a los problemas binacionales y en especial contra las acciones de la guerrilla en la frontera. Las Farc son un enemigo común y su combate debería unir -en vez de dividir- a Colombia y Venezuela.

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