lunes, 4 de mayo de 2009

Mercancia humana

Por Miguel Yances Peña

El Universal, Caragena

Mayo 4 de 2009

Uno de los argumentos más repetidos por quienes no están de acuerdo con una tercera aspiración del Presidente es el de la excesiva acumulación de poder que quedaría en sus manos por el hecho de haber incidido en el nombramiento de los miembros de otros órganos de poder.

 

Dicho temor presupone que los individuos no son éticos e independientes en el ejercicio de sus funciones, sino que por voluntad propia han vendido su conciencia a quien le facilitó la elección o el nombramiento.

Se puede entender que quien asume un cargo de libre nombramiento y remoción se subordina a un jefe que responde por la unidad en la que trabaja; y que si no lo hace puede ser despedido. También que a veces ejecute u omita actos que van contra sus principios o contra la ley, so riesgo de ser declarado insubsistente. Pero no que un alto dignatario con estudios, solvencia económica y prestancia social, nombrado o elegido para un periodo fijo; que no tiene jefe distinto que la nación, la constitución y las leyes, se venda por el cargo.

 

No creo que los más altos dignatarios del Estado sean mercancías humanas que vendan su conciencia, pero si realmente lo fueran ¿quién puede decir que no lo hagan por algo más lucrativo que el cargo; o que vendan cada decisión importante que deban tomar? ¿Qué diferencia habría entre los dos negocios de compra venta? ¡Ninguna! Por lo tanto la preocupación es infundada. Otra cosa es que no fueran capaces de formarse un criterio propio -o que no fueran objetivos, sino emocionales- en cuyo caso no serían aptos para el cargo

 

Es una suposición perversa que sólo sirve a los propósitos de la oposición, pensar que los hombres, libres y autónomos como son -condición que aprecian y valoran- se entreguen a la voluntad de otro. Tampoco es entendible, que la división de poderes que tanto se defiende, propicie un campo de batalla en el que sus fines son antagónicos. La nación es una sola, y si se está de acuerdo en el fin -el buen gobierno y el bienestar de los gobernados- y en la ruta que indica el pragmatismo, no la ideología, los poderes no tienen porqué confrontarse, ni perseguirse, sino colaborarse.

 

Modernamente la doctrina política denomina a esta división, en sentido estricto, separación de funciones o de facultades, al considerar al poder, como único e indivisible, y perteneciente original y esencialmente al titular de la soberanía (nación o pueblo).

 

La independencia de los órganos del Estado está garantizada antes que todo por las cualidades humanas de sus miembros (lo más importante) y adicionalmente quedaría blindada si se les prohibiera aspirar a cargos públicos y a contratar con el Estado, de por vida, desde el momento en que son nombrados. Si se requiere, alargándoles la edad y el periodo (a 12 años por ejemplo) para que puedan recibir la pensión al terminarlo.

 

La condición de polarización y confrontación actual, que tendería a agravarse haciendo ingobernable el país, es mejor argumento para oponerse al tercer periodo que la cacareada independencia. No obstante, por esas rarezas de la vida, mientras más aumenta la polarización, más crece el deseo popular de un tercer periodo.

 

Lo mejor de todo es que quien quiera que sea el próximo presidente hará lo mismo (dudo en el caso de Piedad o el Polo) aunque no necesariamente lo hará mejor.

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