martes, 29 de septiembre de 2009

Utilizando a las víctimas

Editorial

El País, Cali

Septiembre 29 de 2009


Aprovechando el cambio de posición del Gobierno Nacional, al autorizar la presencia de la senadora Piedad Córdoba en la devolución de dos de los 24 servidores públicos aún secuestrados, las Farc vuelven a reclamar “garantías oficiales y protocolos claros y públicos” para cumplir con lo que ofrecieron hace cinco meses.

Como si la culpa de la tragedia a la cual han sometido a sus víctimas fuera del Estado, los plagiarios que hace doce años le están negando sus derechos más elementales al sargento Pablo Emilio Moncayo asumen de nuevo su posición arrogante para exigir tratamientos especiales, acordes a la explotación publicitaria que acostumbran en sus liberaciones unilaterales. Por eso no tienen reato de conciencia al afirmar que el Gobierno carece de sensibilidad frente al drama que afrontan esas personas.

Por supuesto, la ocasión la brindó el viraje que accede a incluir a la senadora en la comisión que recibirá también al soldado José Daniel Calvo, junto con los restos del mayor Julián Ernesto Guevara, muerto en cautiverio hace tres años por una enfermedad que debió ser atendida por los médicos, como corresponde a cualquier ser humano. En este triste caso las Farc no demuestran la misma sensibilidad. Ni siquiera se toman el trabajo de explicar por qué, si lo consideraban “prisionero de guerra”, no aplicaron los principios del derecho internacional humanitario al conocer la gravedad de sus dolencias. Si lo hubieran hecho, el mayor hubiera tenido el tratamiento digno que le negaron sus victimarios.

Pero de eso no se trataba su infernal cautiverio. Lo que los secuestradores pretendían entonces, y aún lo intentan, era sembrar el terror en la sociedad colombiana, para que obligara a sus autoridades a negociar con ellos en un supuesto plano de igualdad: eso es terrorismo puro y simple para chantajear con la vida de seres humanos indefensos. Fue la tenebrosa táctica ideada en las épocas del despeje en el Caguán, cuando la ambición de los cabecillas de las Farc despreció de manera arrogante la voluntad de paz que demostraba entonces la sociedad colombiana, a través de sus gobernantes.

Las cosas han cambiado en forma radical. Ahora los secuestradores reciben a diario el desprecio del mundo por sus execrables abusos. Y su capacidad de intimidación ha sido reducida gracias a la decidida actitud de la Nación, interpretada de manera fiel por el Gobierno y la Fuerza Pública. Por eso ahora deben echar mano de los secuestrados y de la retórica. Es lo que les queda.

Pero esa utilización de sus víctimas es lo que debieran terminar, si acaso pretenden tener alguna audiencia. El Gobierno ha actuado de manera oportuna, al dar los pasos necesarios para liberar a Moncayo y a Calvo. Pero, como lo propone la Iglesia Católica, las Farc deberían aprovechar la coyuntura para hacer lo mismo con los otros 22 secuestrados antes de culminar el presente año. Ese sí sería un verdadero gesto humanitario. Y mientras no ocurra, lo que seguirá produciéndose es una vulgar manipulación de los secuestrados, la misma que el mundo y nuestra Nación han condenado siempre.

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