Por Carlos Escude
La Nación, Buenos Aires
Septiembre 22 de 2009
El debate por el acuerdo entre Colombia y Estados Unidos.
A fin de esclarecer los términos del debate sobre las implicancias para nuestros países de la presencia militar norteamericana en Colombia, es interesante repasar dicha presencia en el mundo. No discutiremos, sin embargo, cuestiones semánticas. La diferencia entre una base militar que sirve exclusivamente a las fuerzas de una potencia extranjera, y una de cuyas instalaciones son compartidas por fuerzas locales y foráneas es de escasa relevancia politicológica. En ambos casos, se trata de un recurso que puede resultar positivo o negativo para los intereses nacionales, según las circunstancias.
Por eso, aquí no mantendremos esa distinción; pero para no caer en imprecisiones, hablaremos de "instalaciones". Más allá de la enorme diversidad de su magnitud y función, un elemental recuento de estos reductos estadounidenses contribuye a nuestra comprensión y evaluación del fenómeno.
Pasaremos revista a cada una de las cuatro fuerzas armadas norteamericanas, comenzando con su aviación. Esta posee unas cuarenta instalaciones fuera de su territorio. Máxima víctima de este aparente ultraje es el orgulloso Reino Unido, que alberga a dicha fuerza extranjera en cinco de sus bases. La rica Alemania le sigue de cerca, con cuatro, y luego viene el imperial Japón, con tres. A éstas hay que sumar dos per cápita en la temperamental Italia, la hidalga España y la exótica Bulgaria. Y Holanda, Portugal y Turquía, tres imperios de antaño, dan cabida a una cada uno. Dispersas por el resto del mundo, hay otras seis.
De las bases aéreas inglesas al servicio de Estados Unidos, la más importante es la RAF Lakenheath. Aunque técnicamente británica, su función es cobijar el Ala 48 de cazas de la fuerza aérea norteamericana, un componente esencial de la poderosa Usafe (United States Air Forces in Europe). El Ala 48 monopoliza también la cercana base de RAF Feltwell. Entre estas dos instalaciones, se emplea a más de 5700 militares norteamericanos y a otros 2000 civiles británicos y estadounidenses.
Por su parte, Lakenheath se complementa con RAF Mildenhall, otra importante base teóricamente británica, pero norteamericana en la práctica. Es sede de varias alas, escuadrones y grupos de la aeronáutica de Estados Unidos, y se subdivide en tres unidades no contiguas en que revistan aproximadamente 16.000 hombres y mujeres.
En el caso de la infantería de marina estadounidense, el país más generoso resulta Japón, que hospeda ocho campamentos dispersos por Okinawa, más otras cuatro instalaciones situadas en diversas partes de su territorio. Entre los países europeos, Alemania también alberga a dicha fuerza. Y en el Tercer Mundo encontramos, entre otras, siete instalaciones en Irak y dos en Afganistán.
A su vez, en las costas de sus aliados principales, la armada de los Estados Unidos tiene acceso a cuatro instalaciones en Japón, dos en España, dos en Bahrein y una en Grecia. Además, en el Indico, el Reino Unido alberga fuerzas norteamericanas de aire y mar en la isla de Diego García. En total, hay aproximadamente quince instalaciones navales estadounidenses fuera de sus propias playas.
Finalmente, pasando al caso del ejército norteamericano, éste es particularmente fuerte en Alemania pese a que desde 1991 se han cerrado casi un centenar y medio de instalaciones de diversa importancia. Quedan activas unas cuarenta. Más allá, hay dos instalaciones en Italia y una en Japón. Y en el Tercer Mundo hay, entre otras, treinta y siete en Corea del Sur, veinte en Irak y seis en Kuwait.
Las instalaciones del ejército norteamericano en Italia son dignas de una mención especial. Allí se encuentra Camp Darby, quizá la base estadounidense de mayor tamaño en Europa. Es el producto de un acuerdo firmado en 1951 que adjudicó a Estados Unidos el derecho de operar líneas de comunicación por toda Italia y de ocupar tierras cercanas a Livorno.
El predio para el almacenamiento de municiones de Camp Darby tiene 809 hectáreas, o sea, más de cuatro veces el tamaño del principado de Mónaco, un miembro de las Naciones Unidas. Contiene 125 búnkeres con reservas para el ejército y la fuerza aérea. También se guardan todos los tanques y vehículos necesarios para dos batallones blindados y dos de infantería mecanizada. Asimismo, se atesoran los equipos necesarios para construir y reparar pistas aéreas.
Un canal navegable comunica la base con el puerto de Livorno. Además, ésta es contigua al aeródromo de Pisa, preparado para el aterrizaje de los pesados aviones de transporte C-5. Como colofón, el reducto tiene una playa y un hotel para uso recreativo de soldados norteamericanos, de otros países de la OTAN y de sus familiares.
En verdad, el descomunal pragmatismo de los europeos es desmentido sólo por el nacionalismo francés. Como se recuerda, inspirados por la apelación a la grandeur del carismático De Gaulle, los galos se retiraron del comando militar de la OTAN y consiguieron la devolución de las diez bases de la aviación norteamericana que operaron en su país entre 1950 y 1967.
No obstante, Francia permaneció en la Alianza Atlántica. Se benefició por partida doble, ya que al fruto simbólico de su nacionalismo agregó la protección brindada en los hechos por las fuerzas norteamericanas instaladas en todos sus vecinos. No invitó a los rusos a sus bases para protegerse de Estados Unidos.
En este punto sobresale el realismo periférico de todos los europeos, en contraste con la obsesión latinoamericana por la simbología de la soberanía. En el caso actual, el liderazgo de Alvaro Uribe en Colombia produjo una anomalía en la región: frente a los problemas suscitados por la guerrilla y el narcotráfico, Bogotá optó por comportarse como una capital europea, invitando a quienes tienen el poder de contribuir al control de esos flagelos.
El concierto iberoamericano reaccionó con alarma, como ya lo había hecho frente al realismo periférico argentino de la década de 1990, cuando nuestro país osó enviar, como apoyo logístico, dos buques obsoletos a la Guerra del Golfo, y luego aceptó el estatus de "gran aliado extra-OTAN" de los Estados Unidos.
En el caso colombiano, hubo desconfianza de parte de los demás países latinoamericanos desde un primer momento. Se sospechó que se trataba de una estratagema norteamericana para recuperar una presencia militar en la región, después de la entrega del Canal de Panamá al gobierno de ese país y el consiguiente retiro de los efectivos en 1999.
En ese entonces, para compensar la pérdida, Estados Unidos negoció con Ecuador el uso por una década de la base aérea de Manta. Este acuerdo venció en 2009 y no fue renovado. Firmado durante la presidencia de Jamil Mahuad, el pacto se negoció para aumentar la eficacia en la lucha contra el narcotráfico colombiano, ya que por entonces el gobierno de Bogotá, a cargo de Andrés Pastrana, no aceptaba bases norteamericanas en su territorio. A diferencia de Francisco Franco en la España de 1953, quería dólares sin bases.
Según el convenio, en Manta no podrían emplazarse más de 475 soldados de Estados Unidos. No obstante, en su momento, el pacto fue duramente objetado en una región cuyo nacionalismo simbólico, potenciado por cierta memoria histórica, es muy fuerte, hasta tal punto que la base ecuatoriana era la única instalación militar extranjera en todo el subcontinente.
Ahora, el vacío se llena con el acuerdo con Colombia. Parece razonable, ya que sus principales funciones son ayudar al Estado de ese país en su lucha contra la insurgencia, y a cumplir con las obligaciones contraídas respecto del narcotráfico. Y en este contexto, demostrando que no es De Gaulle, Hugo Chávez optó por ofrecer el uso de bases venezolanas a la fuerza aérea rusa.
Poco importa. La tercera guerra mundial no se desencadenará por su culpa. Y con la presencia norteamericana, la amenaza militar chavista quedará desactivada. El comandante, que tanto gusta de pronunciar el vocablo "guerra", engrosará los anales de nuestra retórica más vacua.
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