Fabio Arévalo
El Tiempo, Bogotá
Septiembre 24 de 2009
Todos contribuimos diariamente al cambio climático. El calentamiento global es el resultado del exceso de emisiones de los llamados gases de efecto invernadero (GEI), principalmente dióxido de carbono (CO2) provocado por causas antropogénicas; es decir, como producto de las actividades humanas. Ello deja pequeñas marcas en el planeta, una especie de cicatrices que al sumarse por millones se convierten en la gran lesión de la Tierra.
La "huella de carbono" es la totalidad de GEI, primordialmente CO2, emitidos por acción directa o indirecta de un individuo y que se producen por su estilo de vida. Se mide en toneladas de CO2 por año. Nos indica en qué medida estamos contribuyendo al cambio climático cada vez que comemos, encendemos la luz, nos compramos ropa, nos movemos, usamos los medios de comunicación (celular, internet, TV, etc.). Se trata de un valor muy dispar según los países, indicativo del nivel de desarrollo: la huella de carbono de un hindú es de 1,2 toneladas, mientras que la de un australiano es de 18, la de un español de 10 y la de un colombiano de seis toneladas por año.
El CO2 es, sin duda, el gas más nombrado en el siglo XXI. Y no precisamente para bien. Esta molécula, esencial para la respiración de los seres vivos, se ha convertido en el principal enemigo público de las últimas décadas y en el mayor problema para los científicos del Panel Intergubernamental para el Cambio Climático. La razón está en su capacidad de absorber y retener el calor en la atmósfera.
Si el Protocolo de Kioto intenta reducir las emisiones de CO2 en los sectores de la industria del primer mundo, ahora le toca tomar medidas al ciudadano de a pie. Y las medidas incluyen reducir nuestra huella de carbono, es decir, la cantidad de CO2 que emitimos a través de todos los hábitos cotidianos. Significa que la cuota de responsabilidad personal es alta porque estamos en capacidad de asumir decisiones a favor o en contra del calentamiento global. Pero en estos últimos años, han aumentado considerablemente las expectativas públicas respecto a los compromisos voluntarios de las compañías y los individuos para proteger el clima.
Las acciones más importantes deben tomarse en el ámbito del transporte, el hogar, la comida y el trabajo. El objetivo es ejercer algunas de estas prácticas, no todas, para lograr una disminución cercana a una tonelada de carbono al año por individuo, es decir 2,7 kilogramos por día. Veamos, por ejemplo, que si se reduce el uso del carro unos cinco kilómetros diarios, en promedio se ahorran 1,5 kilogramos de CO2. Son trayectos cortos que pueden hacerse caminando o en bicicleta. También hay otras acciones al alcance de todos, como racionalizar el uso del agua, moderar el consumo de alimentos empacados o artificiales, utilizar lo menos posible bolsas y recipientes plásticos, regular el uso de la energía en casa, etc.
La Cumbre de Copenhague 2009 sobre el cambio climático, que se llevará a cabo del 7 al 18 de diciembre, va a dirigir sus esfuerzos hacia la "decarbonización" integral del planeta, como responsabilidad de todos. Y seguramente concluirá con el Protocolo de Copenhague, que a partir del 2012 reemplazará al de Kioto. En ese acuerdo, la comunidad internacional deberá sentar las bases de la cooperación multilateral en esta materia, respetando una triple premisa: que el resultado sea eficaz, equitativo y flexible en la integración de esfuerzos.
Pero también estimulando iniciativas creativas. En países como Inglaterra, algunas empresas empiezan ya a mostrar una "etiqueta de carbono" en sus productos. De este modo, el consumidor puede hacerse una idea de cuánto CO2 supone un kilo de carne o un CD de música. Pero la responsabilidad, si queremos dejar huellas de vida, es de todos. Para ello es urgente atenuar nuestra huella de carbono, que será menos difícil si recordamos que no hemos heredado la tierra de nuestros antepasados. Simplemente, la tenemos prestada de nuestros hijos.
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