Fernando Londoño Hoyos
La Patria, Manizales
Septiembre 29 de 2009
La oposición acaba de reunirse este domingo, en el que pretendió convocar al pueblo colombiano a un plebiscito contra la Reelección. No había otro mensaje, de ninguno de los candidatos. No levantaron otra bandera. No ensayaron otro discurso. Todas las energías, y el dinero, se les fue en reclutar el malestar que suponían almacenado contra el presidente Uribe y contra su voluntad de permanecer otros cuatro años, a lo menos, en la Casa de Nariño. Y así les fue. Entre todos, sumado el Polo Democrático y el Partido Liberal, con sus candidatos en ebullición y sus ataques violentos y sus promesas folclóricas, apenas recogieron dos millones de votos. Como quien dice, poco más que nada.
El apasionado desgano de los sufragantes se debió al mal Gobierno y a alguna diabólica maquinación del Presidente, dirán los analistas tardíos. Pero se quedarán muy solos en su frágil barca de explicaciones inútiles. Porque los desastres se sienten y se palpan. No se explican. Y este fue el peor desastre de la oposición en los siete años de este Gobierno.
No faltará quien diga, y con algo de razón, que la apatía popular vino de la mano de la falta de carisma de quienes pedían los votos. Con lo que no harán más que refrendar la ausencia total de partidos de oposición y su incapacidad manifiesta para renovar sus cuadros y sus propuestas. Que el Partido Liberal tenga tan poco como lo que presentó en los tarjetones, y que siga limitado al liderazgo de César Gaviria, Ernesto Samper y Horacio Serpa, es lamentable. Los ocho candidatos que saltaron a la palestra son la prueba plena de cuan inepto ha sido ese partido para organizarse como oposición. Y prueba adicional que todo lo que tiene para decir es que no les gusta el presidente Uribe. Que es muy poco decir, por una parte, y muy peligroso, como quedó establecido.
Lo del Polo Democrático, es más que un desastre, una vergüenza. Que la izquierda colombiana no produzca nada mejor que Carlos Gaviria, y que siga dominada por el Partido Comunista y por el MOIR, con algo de Anapo mezclado en la receta, demuestra que se quedó en el mamertismo de los años sesenta. Todavía llora la muerte de Tirofijo, porque se le fue el legendario guerrillero y la mula revolucionaria que lo cargaba por el Pato y Guayabero. No se atreve a reconocer que la seduce el Socialismo Siglo XXI del Coronel Paracaidista, pero sabe que no tiene nada mejor que decir ni otra cosa en qué pensar. Le gustan los puestos, le fascina la clientela y delira por contratos grandes o chiquitos. Es una reproducción tardía y deplorable de los partidos cuya decadencia irremediable pregona. Cómo estaría de mal la izquierda, que Petro no tuvo otro remedio que disfrazarse de Social Demócrata para sacar los voticos que sacó. Gaviria sigue siendo el rey, con sus dieciocho millones de pesos de pensión, demasiada carga para un crítico de las desigualdades.
El presidente Uribe no fue a las urnas. Ni falta que le hizo. Los demás le hicieron la tarea. Las elecciones en su contra demostraron que no hay en la política colombiana otra figura que la suya. Lo que puede ser todo lo inconveniente, sorprendente y dañino que se quiera suponer. Pero es así. Por donde le vale repetir que su destino está en manos de la Corte Constitucional y del pueblo. Nosotros agregamos que también en manos de su Ministro del Interior, que dejó perder meses preciosos en el trámite parlamentario del Referendo. Preciosos e irrecuperables. Porque el Referendo está técnicamente perdido, que vale decir que está perdida la única opción válida de poder que hoy tiene Colombia.
No faltan muchos meses para que el país advierta un hecho terrible. Y es que la Reelección de Uribe, la canasta donde puso todas sus ilusiones, naufragó hace tiempo. En ese momento tendrá que salir en busca de otra opción. Que no será mucho mejor que las que quedaron tendidas en el campo, en este domingo desastroso. No siendo Uribe, por obra de Uribe no queda nadie. En cuyas manos, en las de nadie, hemos quedado.
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