Jaime Jaramillo Panesso
El Mundo, Medellín
Septiembre 27 de 2009
Mel Zelaya regresó a Honduras después de un largo periplo por el mundo, con tiquetes de avión suministrados por el gobierno venezolano, con viáticos de PDVSA. Inclusive estuvo en la ONU donde intervino con un curioso discurso, mezcla de guapo mexicano y paramilitar de círculo bolivariano. Luego recaló en Nicaragua por varias semanas y el gobierno de ese país, seguramente harto de cargar con este fardo, le pidió a los socios de ALBA, Brasil, Venezuela y Bolivia, que pensaran en una solución. Brasil se apechó del asunto mediante su servicio de inteligencia que, además, contó con la información y ayuda de la legación diplomática brasileña en Honduras, por orden del canciller Amorin.
No podía ser de otra manera. Que Lula no se haga el sorprendido ni el cara de gallina. Esta fue una operación de alto sigilo para meterle al gobierno hondureño un taco de dinamita en su propia casa, a sabiendas de que el orden interno hondureño ha estado pacífico, tranquilo y las pequeñas escaramuzas organizadas por la esposa del vaquero no han pasado a mayores.
Brasil comienza a ejercer el papel predatorio e imperial al que aspira desde hace años. Potencia indiscutible en demografía, economía y fútbol, invertirá en armas francesas más de doce mil millones de dólares, con énfasis en un submarino nuclear que trasportará sus correspondientes torpedos con ojivas no convencionales. Luis Ignacio, socialista para el consumo internacional, y capitalista para el uso interno, ¿por qué se la juega por un vaquero que duerme con el sombrero puesto? ¿Qué interés tiene Lula en reponer en la presidencia hondureña a un terrateniente demagogo? No es por la legalidad que invoca la OEA, pues el acto brasileño, manu militari, es una clara violación a la libre determinación de un estado que, además, reclama a Zelaya por varios delitos, jurisdicción penal que no puede ser violada por ningún otro estado. En estos puntos hay que aclarar que si Brasil quería dar asilo político al vaquero de marras, bien lo podía haber recibido en cualquiera de sus embajadas distinta a la ubicada en Tegucigalpa. En cuanto a la OEA está jurídica y moralmente impedida para actuar, pues Honduras se retiró de esa organización y, para rematar, Insulza, su Secretario General, capitaneó la expulsión de Honduras de esa organización. ¿Por qué y a nombre de qué Brasil y otros integrantes de la OEA piden su intervención? ¿Por qué no dejan que Honduras resuelva su problema interno con las elecciones convocadas para noviembre próximo, que pueden ser vigiladas por la ONU y donde no es candidato Micheletti y en cambio sí puede ser candidata la esposa del vaquero u otro de su corriente que no esté procesado penalmente?
Honduras es un país meñique, con solo siete millones de habitantes y una extensión de 113.000 kilómetros cuadrados, con un pequeño ejército sin cohetes, sin submarinos ni aviones modernos de combate. Brasil, sin contar con sus aliados “bolivarianos”, tiene un ejército de dos millones de soldados, 192 millones de habitantes en un territorio de 8 millones y medio de kilómetros cuadrados. Y el nuevo armamento francés. Es la edición actual de la fábula del tiburón y la sardina. Así que nadie nos venga con el cuento de ficción de que ni Lula ni su canciller ultra gorila nada sabían del ingreso del vaquero a Honduras y menos a su embajada. Quedan al descubierto y con la responsabilidad de los muertos y heridos que resulten de su atrevimiento y de la conducta criminal del “Vaquero Heroico”.
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