lunes, 28 de septiembre de 2009

Crónica de la esposa de un soldado de Colombia

Por Thania Vega de Plazas *

Colombian News, París

Septiembre 28 de 2009

Domingo 27 de septiembre de 2009. Medio día. Salgo de un ascensor del Hospital Militar de Bogotá y encuentro en la pared un letrero que dice: “Heridos en combate”. Jamás pensé que mi esposo, el coronel Luis Alfonso Plazas Vega, 17 años después de haberse retirado del Ejército, iba a estar en este pabellón. La verdad es que este es otro tipo de combate, diferente a los que él libró estando activo. Este es un nuevo tipo de combate que está siendo muy fructífero para los enemigos de Colombia: ¡el combate jurídico!

Entro a la habitación y encuentro a mi marido profundamente dormido. Esto me hace ser más consciente de que él está realmente herido. El es un hombre hiperactivo, lleno de energía. No es normal que duerma a esa hora. Obviamente, está en un tratamiento contra la ansiedad y el pánico, y las medicinas que toma le obligan a que su mente descanse.

En el silencio de la habitación y con la mirada sobre la ciudad, siento el deseo de plasmar mis pensamientos y decido sentarme a escribir lo que está pasando por mi mente.

Cuando hace 38 años me casé con un soldado de Colombia, y a pesar de ser hija de un gran militar, no era consciente de lo que eso significaba. Es muy diferente la perspectiva de una hija y la de una esposa. Pero muy pronto me di cuenta: me había casado con un patriota. ¡Sí, un patriota! Uno de esos que estudiaba uno en el colegio en una materia que se llamaba Historia Patria que según entiendo ya no existe en los colegios de Colombia. ¡Los patriotas existen! ¡Yo me casé con uno de ellos!

Empecé a darme cuenta de qué es lo que realmente significa para un soldado de Colombia su país, su patria, cómo se preocupa por ella y como la quiere. Entendí lo que significa el juramento que hace cuando el es graduado como oficial y promete “no abandonar a nuestros jefes, superiores ni compañeros en acción de guerra, ni en ninguna otra ocasión”. O cuando reza la oración patria y dice: “Colombia, Patria mía, te llevo con amor en mi corazón, creo en tu destino y espero verte siempre grande respetada y libre”. O cuando dice: “¡Ser soldado tuyo es la mayor de mis glorias, mi ambición más grande es la de llevar el título de colombiano y llegado el caso morir por defenderte!”. Cuando dice todo eso, el soldado colombiano está absolutamente convencido de ello.

Y así lo demostró mi esposo a través de una brillante carrera militar. El es un enamorado de su vocación. Porque ser oficial del Ejército colombiano no es un empleo, es una vocación. Así como los sacerdotes dejan todo por servir a Dios, el militar deja todo para servir a su patria. Y eso lo saben todas las mujeres y esposas que tienen por compañero a un soldado de Colombia. Algunas viudas y otras con sus compañeros secuestrados desde hace más de 10 años lo saben. Otras, frente a su hogar y sus hijos, mientras sus maridos están en los lugares más recónditos de este país, luchando por la tranquilidad de los colombianos, también lo saben.

Por eso ese 6 de noviembre de 1985, cuando el grupo terrorista M-19 decide tomarse las altas Cortes para secuestrar a la justicia y juzgar a un presidente de Colombia, no sólo mi esposo, sino todos los militares que por orden presidencial fueron a rescatar a los magistrados, también iban a cumplir esa consigna de “¡llegado el caso morir por defenderte!”. De hecho algunos murieron. Fueron once los fallecidos en esos dos días, entre policías y militares. Y hubo más de 50 heridos. Yo quisiera saber, si fuera de sus familiares, alguien en Colombia recuerda a alguno de esos héroes. Ellos rescataron por lo menos a 260 personas, entre ellos a 42 magistrados. ¿De qué valió?

Mientras escribo tengo el televisor puesto sin volumen y, cuando levanto la mirada, veo en la pantalla al senador Gustavo Petro, ex guerrillero del M-19, si así se le puede llamar. El está en la Plaza de Bolívar rodeado de seguidores, participando como precandidato presidencial para las elecciones de 2010. ¡Cómo me duele el alma, cómo me duele el corazón, cómo me duele la injusticia! ¡Cómo me duele la inversión de valores! ¡Cómo me duele la ingratitud de un país! ¡Y cómo me duele la indolencia de la gente! Llevamos dos años de amargura desde cuando mi esposo fue detenido injustamente y sin pruebas, sólo por ser considerado “persona peligrosa para la comunidad” por una fiscal que no tenía ni la menor idea de lo que es una operación militar, como la del 6 y 7 de noviembre de 1985 en el Palacio de Justicia, realizada para enfrentar un asalto terrorista. Esa fiscal estima que lo que allí hubo ese día fue una “retención de algunos magistrados”.

Mientras tanto, el señor que aparece en la pantalla, por sentencia del 15 de mayo de 1992, fue condenado por una juez sin rostro por los delitos de rebelión, terrorismo, secuestro agravado, homicidio, lesiones personales, falsedad en documentos e incendio. Sin embargo, él no pagó un sólo día de cárcel. El Gobierno de entonces, se apresuró a citar a sesiones urgentes al Congreso para amnistiar a esos asaltantes. Mientras tanto, nosotros llevamos dos largos años en que la vida nos ha robado la libertad y la calma, por culpa de una fiscal y de una juez. Recuerdo momentos como la inesperada muerte de mi hermana menor, cuando tuve que ir sola a Medellín porque mi esposo estaba detenido hacia diez días. Ese es un duelo que no he podido hacer porque la vida me ha atropellado con tanto dolor y angustia que no he tenido tiempo para hacerlo. También recuerdo el triste momento en que murió mi suegro, cuando la juez no le permitió a mi esposo ser llevado al Hospital Militar a despedirse de su padre. Tampoco hemos podido disfrutar de momentos felices como el nacimiento, hace tres meses, de nuestro primer nieto, fuera del país, ya que mis hijos tuvieron que irse de Colombia. Tuvieron que irse por amenazas desde cuando ese soldado con vocación de servicio al país decidió enfrentarse a los narcotraficantes en su calidad de Director Nacional de Estupefacientes, en busca de un mejor país. Recuerdo el día de ayer cuando tampoco pudimos estar con ellos en un momento tan importante para nuestra formación religiosa como es recibir el sacramento del bautismo.

Reflexiono y pienso. Todo esto parece el mundo al revés. Colombia definitivamente no tiene memoria. ¿Quién ha cambiado la historia verdadera? ¿Quién inventó la nueva idea de que hay que acabar con los defensores de la patria? Creo saber quiénes son. Pero es mejor que usted, lector, haga su propio análisis. Ellos tienen una gran responsabilidad ante los colombianos y especialmente ante sus propios hijos, ante sus mismas descendencias quienes seguramente vivirán en este país. ¿Será que es muy difícil juzgar sobre la verdad verdadera? Pienso en los vecinos de habitación aquí en el Hospital Militar. Todos son muchachos que están comenzando a vivir y ya están heridos, algunos quedaron mutilados. Algunos perdieron sus piernas, otros perdieron sus brazos. Todo ello por ser soldados de Colombia. ¿Es muy tarde para decirles que eso no vale la pena? ¿Que se los dice una mujer de más de 50 años que ha vivido al lado de un soldado de Colombia? No, no quiero decirles eso, a pesar de todo lo vivido. La Patria vive un momento difícil, es cierto. ¡Pero sus enemigos no la vencerán mientras haya soldados de Colombia!

* Esposa del coronel (r) Luis Alfonso Plazas Vega.

1 comentario:

Unknown dijo...

Señora Thania Vega de Plazas:

Su carta eriza la piel, agua los ojos y llega a lo más profundo del alma de un soldado.

La tristeza es muy grande y desmoraliza a cualquier patriota, estamos frente a un martir de la institución más importante del Estado colombiano, su Ejército Nacional.

De usted, un soldado de Cristo Rey más.