miércoles, 23 de septiembre de 2009

El regreso de Zelaya

Editorial

El Mundo, Medellín

Septiembre 23 de 2009

Queda la incógnita de si el asilo de Zelaya en la embajada del Brasil respondió a un plan preconcebido.

Aun cuando, como advierte el colega editorialista de El Heraldo, de Tegucigalpa, el subrepticio regreso al país del depuesto presidente Manuel Zelaya y su asilo en la embajada de Brasil, es un elemento que contribuye dramáticamente a elevar el tono de la confrontación que se desencadenó el 28 de junio con lo que unos llaman “golpe de Estado” y otros una “sucesión constitucional”, nosotros creemos que, paradójicamente, puede ser un factor favorable al entendimiento si las partes ceden un poco en sus posiciones hasta ahora intransigentes, y la comunidad internacional – sin excepción – coadyuva a la solución, sin tomar partido y respetando lo que decidan los hondureños.

Un primer factor favorable, que nosotros ponderamos desde el comienzo, es que no obstante la gravedad de la crisis y lo aparatoso del cambio de mando, no ha habido en estos casi tres meses un desbordamiento de la violencia como se temía, ni los “baños de sangre” de que hablaba demagógicamente el señor Zelaya desde el exterior. Que se sepa, en todo este tiempo sólo ha habido un muerto y algunos heridos graves como resultado de las protestas. Inclusive, lo de ayer pudo terminar en una tragedia si las autoridades no hubieran actuado con prudencia para dispersar a cientos de manifestantes de los alrededores de la embajada del Brasil que desacataron el toque de queda.

En la tarde, con los ánimos más calmados, el presidente Micheletti declaró: “Le digo públicamente al presidente Lula da Silva: nosotros vamos a respetar su sede, porque esa es tierra del Brasil y la vamos a respetar, siempre y cuando ellos contesten a nuestras peticiones, que consisten en que el señor Zelaya tiene procesos incoados aquí en Honduras y lo conveniente sería: o le dan asilo ellos en su país o lo entregan a las autoridades”. También dijo que “Si él quiere quedarse viviendo allí 5 o 10 años, no tenemos ningún inconveniente en que viva allí”. Existen, sin embargo, unas obligaciones para el asilado que Zelaya no parece muy dispuesto a cumplir, como son abstenerse de provocar a la población o incitar a la violencia desde la sede diplomática. Lula Da Silva lo sabe y por eso, desde Nueva York, le pidió a su huésped que “se mantenga tranquilo y no dé motivos” para que la embajada sea invadida en cualquier momento por las fuerzas de seguridad. Queda la incógnita de si el asilo de Zelaya en la embajada del Brasil respondió a un plan preconcebido. El canciller Amorin lo niega, pero cualquier cosa se puede esperar de este caballero, a la izquierda de Lula, cuya intromisión en el conflicto hondureño ha sido casi tan descarada como la del coronel Chávez.

Como decimos al comienzo, la encrucijada del imprevisto regreso de Zelaya puede favorecer el diálogo entre las partes, si no se repite la comedia de equivocaciones que ha caracterizado hasta ahora ese conflicto. Para empezar, el depuesto presidente no puede dárselas de bravucón, diciendo que “nadie nos vuelve a sacar de aquí, restitución o muerte”, al tiempo que promete “afrontar la situación pacíficamente a través del diálogo”. Mientras cumpla las normas del asilo, el gobierno Micheletti debe renunciar a la pretensión de detenerlo para ponerlo en manos de la justicia.

Hay una circunstancia interna muy favorable y es que los cuatro candidatos presidenciales con mayor opción, Elvin Santos, del gobernante Partido Liberal, por el que fue elegido Zelaya; Porfirio Lobo, del Partido Nacional, primera fuerza de oposición; Felícito Ávila, de la Democracia Cristiana; y Bernard Martínez, del Partido Innovación y Unidad-Socialdemócrata, se han ofrecido como mediadores y propiciadores del diálogo entre Micheletti y el mandatario depuesto, Manuel Zelaya. Incluso ya habían iniciado gestiones en ese sentido con la OEA y con el presidente de Costa Rica, Oscar Arias, cuyo plan respaldan. De esos esfuerzos de diálogo se marginaron, a pesar de haberlos invitado, los candidatos afectos a Zelaya, el de la izquierdista Unificación Democrática, César Ham, que participó en la reunión con Arias pero no firmó la declaración final, y el independiente Carlos Reyes, que no acudió a la cita en San José. De modo que si en los cuatro candidatos, como en el Congreso, están representadas las mayorías hondureñas, la OEA y la comunidad internacional deberían modificar su errática visión del conflicto.

La posición de EEUU sigue siendo clave. Ayer, tras su reciente declaración de que el gobierno Obama apoyaría una elección libre, justa y transparente, la secretaria Clinton fue aun más específica: “Ahora que el presidente Zelaya volvió, sería oportuno devolverle su puesto y seguir adelante con las elecciones previstas para noviembre, tener una transición pacífica de presidentes y devolver a Honduras el orden democrático y constitucional”. Es posible, entonces, que la última etapa del acuerdo llegue a ser que lo único que queda vivo y la única condición que todo mundo acepta para arriar sus banderas sea la de restituir a Zelaya a pocos días de las elecciones, con la obligación absoluta de que presidirá el debate electoral en las condiciones acordadas y con las supervisión de la comunidad internacional. Y, como en los cuentos de hadas, todos vivieron felices.

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