Alberto Velásquez M.
El Colombiano, Medellín
Septiembre 30 de 2009
No entendemos por qué están tan sorprendidos algunos analistas políticos acerca de la baja votación del liberalismo oficialista en la consulta para escoger su candidato presidencial. El resultado es el reflejo de una inocultable apatía, que puede significar decadencia y hasta prematuro cansancio electoral. Las encuestas ya revelaban ese desgano por las actuales figuras de esa colectividad, tanto por sus dirigentes como por sus aspirantes para sustituir al actual jefe del Estado.
Desde hacía menos de un mes ya se intuía cierta indolencia liberal. El informe de Invamer así lo preveía. Mientras Álvaro Uribe reflejaba una opinión favorable del 72%, la de Rafael Pardo -quien el domingo tuvo una votación muy inferior a la lograda en la consulta del 2006- a duras penas llegaba al 29%. Era superado por figuras tan livianas como la del conservador Fernando Araújo y ampliamente doblegado por Noemí Sanín, Santos, Fajardo, Mockus, Garzón, Vargas Lleras y Arias. Siendo Pardo un hombre capaz y serio, no despierta mayor entusiasmo en unas adormecidas masas liberales que requieren de una voz y de un mando que las congregue y las llene de entusiasmo para despertarles la voluntad de conquistar el poder, con programas seductores, que hoy le son tan lejanos.
La abulia del liberalismo oficialista en las urnas se percibía de antemano en el ambiente. Vino a protocolizarse en la consulta. No nació por generación espontánea. Era previsible. Se pulsaba esa carencia de mística y de sindéresis, en los monorritmos verbales de sus ex presidentes, promotores del ataque monótono y sistemático contra Uribe Vélez. Los lugares comunes eran sus ritornelos y obsesiones. César Gaviria y Ernesto Samper jugaron contra la corriente. Uno apadrinó a Pardo. El otro, con el elefante al hombro, se hizo al lado de Gómez Méndez. Se les filtró por el medio Aníbal Gaviria, quien desde hoy, puede ser, si sabe maniobrar con audacia y sagacidad, una carta fundamental para la política liberal de renovación.
Si bien es cierto que mantener la democracia tiene altos costos que se deben asumir como expresión manifiesta de la voluntad popular, el haber invertido cerca de 60 mil millones de pesos para contabilizar un poco más de dos millones de votos en las consultas partidistas, ¿sería acaso un desaprovechamiento de recursos, en un país lleno de necesidades insatisfechas?
Alguien que desee hacer un ejercicio riguroso de la relación costo/ beneficio de este proceso consultivo, llegará a la conclusión de que el resultado fue exiguo y que deja insatisfechos aún a los más fervientes y recalcitrantes seguidores del ex presidente Gaviria.
No va a ser fácil, si la Corte Constitucional le da vía libre al referendo, detener a Uribe en su ambición reeleccionista, por lo menos con el candidato liberal que obtuvo apenas la tercera parte del millón cincuenta mil votos logrados por Serpa en la consulta de hace tres años. Tendrán que perfeccionar la consulta interpartidista para ver si el milagro de derrotar a Uribe se da. Pero será difícil lograrlo con los candidatos salidos de esta contienda. Es más fácil obtener la cuadratura del círculo.
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