domingo, 27 de septiembre de 2009

Tres preguntas con futuro

Moisés Naím*

El Tiempo, Bogotá

Septiembre 27 de 2009

¿Tendré trabajo? ¿Tendré atención médica si me enfermo? ¿Morirán mis parientes y amigos en Afganistán? El futuro de la presidencia de Barack Obama va a depender de las repuestas que los estadounidenses obtengan a estas tres preguntas. La economía, la reforma del sistema de salud y la guerra en Afganistán dominan la conversación nacional.

La economía de los Estados Unidos se está recuperando antes de lo esperado, pero no así el empleo. Los despidos siguen y conseguir trabajo no es fácil. Mientras tanto, los grandes bancos están ganando muchísimo dinero. Y sus ejecutivos siguen pagándose sueldos astronómicos que en épocas normales son ofensivos y que durante una crisis constituyen una agresiva provocación a una golpeada población cuyos impuestos fueron usados para rescatar a los bancos de estos aprendices de brujo. No hay evidencia de que el crack financiero haya extinguido la codicia, la arrogancia y la ignorancia en Wall Street. Pero sí la hay de que los estadounidenses están furiosos con Wall Street y que los políticos no pueden darse el lujo de ignorar este clamor popular. Obama y sus ministros han prometido ponerles límites a los excesos financieros y limitar las ganancias de los bancos y los sueldos de los banqueros. La opinión pública es escéptica y está a la espera de las medidas que tomará el Gobierno. Otra parte de la opinión pública -muy azuzada por la oposición- cree que al final todo llevará a un aumento del papel del Estado, posibilidad que aborrecen. No hay dudas de que habrá más regulación del sector financiero. Pero tampoco hay dudas de que no será suficiente para impedir nuevos excesos.

Reformar el sistema de salud de Estados Unidos en medio de una crisis económica es a la vez más fácil y más difícil. Es más difícil porque, obviamente, la crisis impone fuertes restricciones económicas. Pero también es más fácil porque la crisis estimula el apetito por los cambios, aun aquellos que no tienen nada que ver con esta crisis.

Bush usó los ataques del 11 de septiembre como excusa para invadir Irak. Obama utiliza la crisis financiera para cambiar el sistema de salud. Pero mientras que invadir Irak no era necesario, reformar la salud es indispensable. La reforma sanitaria toca tantos y tan poderosos intereses encontrados que sólo la crisis y Obama lograron destrabar el proceso de cambio. Lo que un joven necesita y espera del sistema de salud es muy distinto de lo que pide un anciano. Un granjero de Iowa se relaciona de manera diferente con el sistema que un comerciante de California. Los sindicatos de enfermeras exigen cosas distintas a las que demandan el lobby farmacéutico o el de las compañías de seguros. Los conflictos entre generaciones, regiones, profesiones e industrias son enormes y paralizantes. No es de extrañar que encontrar un compromiso político aceptable para todas las partes esté resultando tan difícil. Pero después de muchos sustos, retrocesos y aparentes fracasos, la reforma del sistema de salud va a pasar. El sistema que resultará será peor del que hace falta y del que Obama hubiese deseado. Pero será mejor que el sistema actual.

Y luego está Afganistán. El número de bajas aumenta y los talibanes resurgen. El general a cargo de la expedición fue despedido y su sucesor, Stanley McChrystal, quiere más tropas. Washington ha perdido confianza en el presidente Hamid Karzai, quien es visto como demasiado complaciente con la corrupción y quien además es acusado de haber trampeado las recientes elecciones. Mandar a morir a los jóvenes estadounidenses en nombre de una democracia representada por Karzai no es una idea fácil de defender. Además, una guerra que comenzó como una acción antiterrorista para quitarle a Al Qaeda sus refugios se ha transformado en una vasta operación de contrainsurgencia. Y la nueva doctrina de lucha contra la insurgencia dice que hoy es imposible ganar a menos que se le dé seguridad y trabajo a la población civil. En otras palabras: hay que construir el Estado afgano y propiciar el desarrollo económico y social. Todo esto en un país con un 70 por ciento de analfabetismo, cuya principal actividad económica es la exportación de narcóticos y cuya sociedad está fragmentada en mil pedazos.

Cuando Obama ganó las elecciones, hace menos de un año, nadie hubiese imaginado que en tan poco tiempo la economía iría tanto mejor y Afganistán tanto peor. Pero así es, y el remoto país asiático se ha convertido para este presidente en un reto más amenazante que Wall Street.

* Editor de 'Foreign Policy'

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