Juan Carlos Jaramillo
El Colombiano, Medellín
Septiembre 24 de 2009
La economía mundial está saliendo de la recesión que se desató hace un año. China, con la economía más dinámica del mundo, evitó la caída absoluta de su producción. Los pronósticos indican crecimientos esperados de 7-8 por ciento para este año y de 10+ por ciento para el entrante.
India, el otro nuevo gigante asiático, está también en plena recuperación. Francia y Alemania entraron en terreno positivo hacia mediados del año, lo que deberá ayudar en su recuperación a los demás países de la Unión Europea. Más recientemente el señor Bernake, de la Reserva Federal, aseveró que los Estados Unidos ya no estaban, técnicamente, en recesión. La región latinoamericana, que demoró algunos meses en sentir los efectos de la crisis, probablemente se demorará también en registrar la recuperación.
Es razonable esperar que lo haga en el 2010. Aunque todo esto es bueno, hay nubarrones no despreciables en el horizonte.
El primero es que la recuperación será lenta. El mismo Bernake hizo esta aseveración para cualificar su optimismo respecto al fin de la caída estadounidense. Más recientemente, el Fondo Monetario Internacional dio a conocer un estudio que compara recesiones regionales causadas por crisis cambiarias (como las de Latinoamérica en los ochenta, y las de Rusia y el Sudeste Asiático en los noventa), con crisis bancarias (como la que acaban de sufrir Norteamérica y Europa) entre otras.
Con base en esas comparaciones, concluye que los efectos de la crisis actual serán mucho más duraderos que lo que se experimentó en Latinoamérica y Asia hace algunas décadas. Ello se debe a que se requiere un tiempo relativamente largo para absorber las pérdidas causadas por los malos préstamos e inversiones, y en el entretanto la capacidad de los bancos para hacer nuevos préstamos es limitada.
Y si los bancos no prestan, las economías se resienten. Así las cosas, es poco probable que en la década que viene la economía mundial logre el dinamismo alcanzado durante la década pasada.
Ojalá esto lo tengan presente quienes diseñan nuestra política económica.
El otro nubarrón, quizás el más preocupante, es la salud del sistema financiero internacional. Es cierto que el espectro de un colapso total ya no es inminente, como sí lo fue a comienzos del año. Pero también es cierto que poco se ha hecho para introducir reformas de fondo al sistema para evitar una repetición de lo que ocurrió hace un año. Más aún, hay quienes creen (incluyendo quien escribe estas líneas), que si no hay reformas grandes, la probabilidad de una crisis futura es mayor de lo que era antes de septiembre del 08.
La razón de fondo para esta visión pesimista son los incentivos hacia el riesgo que tienen los grandes bancos. Ellos se deben, en primer lugar, a que los gobiernos en los países más ricos han reiterado la señal de que existen entidades financieras que, por su tamaño, no pueden dejarse quebrar.
Con semejante salvavidas, la prudencia bancaria pasa a segundo plano y aumenta la toma de riesgos. En segundo lugar, se debe a que la remuneración de muchos administradores depende de los resultados financieros de corto plazo, sin importar que en el más largo plazo los resultados puedan ser catastróficos.
Hasta ahora, los intentos por cambiar este par de incentivos han sido poco exitosos. Si a esto le agregamos la persistencia de la doctrina de que, a pesar de lo que ha pasado, los bancos centrales no deben resistir las burbujas financieras salvo para controlar la inflación, la crisis venidera será solo cuestión de tiempo.
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