John Nicolas Bitar
El Tiempo, Bogotá
Octubre 3 de 2009
'Memorias de un guerrillero cubano desconocido', libro publicado recientemente en España (editorial Espuela de Oro) no tendría quizás mayor trascendencia si no hubiese sido escrito por Juan Juan Almeida García, hijo de Juan Almeida Bosque, comandante tercero en rango después de Fidel y Raúl Castro.
Juan Almeida Bosque, padre del autor, falleció el pasado 11 de septiembre. Fue comandante de la Sierra Maestra, fue también el primer negro que se sumó a la lucha insurreccional de Fidel Castro y el que más alto llegó en el Gobierno revolucionario. En el momento de su muerte era diputado, vicepresidente del Consejo de Estado, miembro del Buró Político del Partido Comunista de Cuba (PCC) y presidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana.
En su libro, Almeida García describe con desparpajo, y a menudo jocosamente, la doble moral, la mentira perenne y la manipulación constante de un pueblo por parte de sus líderes revolucionarios en aras de mantenerse en el poder; los mismos que llaman al sacrificio mientras llevan una vida de placeres y excesos, y a quienes acusa de "hablar como los de izquierda, pensar como los de centro y vivir como los de derecha". Nadie más autorizado para hablar de la máscara revolucionaria que este heredero de la estirpe, que contraria e inesperadamente jamás creyó en ella, aun cuando su nacimiento fue anunciado por el mismo Fidel Castro en la plaza de la revolución, en 1965.
Inmerso en el círculo del poder desde niño, narra cómo se sentó a la mesa con Velasco Alvarado, cuenta cuando Brezhnév le regaló una bicicleta y recuerda haber tomado una limonada preparada por Pinochet. Recibió entrenamiento militar, cursó estudios en la Unión Soviética e incluso realizó cursos en la KGB para convertirse en oficial de la inteligencia cubana. No obstante, según palabras de su editor, Juan Juan resultó ser el peor guerrillero de la historia, su vida militar "se decantó por la trinchera del cubalibre, por las refriegas que ocurren sobre las camas y por los combates que se libran con el tenedor y la cuchara".
Hoy, aquel hijo del "héroe," por quien Fidel interrumpió su discurso en aquel diciembre de 1965 para decir "...ha nacido el hijo del comandante Almeida" paga con creces el precio de su disenso, es apenas un cubano más, perseguido y oprimido por el régimen con el cual entró en conflicto, y quien ahora lucha para lograr que autoricen su salida de la isla para tratarse la espondilitis anquilosante que padece.
En su libro, Almeida expone su sentir y su certeza al escribir: "Yo soy sólo un ser humano que se crió y se formó entre corruptos, inmodestos y modernos corsarios que jugaron a ser estrictos, sencillos y guardianes del honor, pero olvidaron callar frente a los niños. Porque este niño creció admirando esos vicios heroicos y vandálicos que apologizaron nuestros líderes, haciéndome ver que el asalto a un cuartel, en un país con leyes, puede ser una cosa justa", y continúa: "... Haciéndome ver que subvertir países con ideas extranjeras, usando métodos ilegales, era algo necesario."
Frases como las que siguen le han significado una secuencia de interrogatorios, registros y detenciones: "...Haciéndome ver que los problemas del Estado se solucionan más fácilmente si ahuyentamos a nuestros propios ciudadanos. Haciéndome ver que repudiar, desprestigiar, pisotear, golpear, escupir o encarcelar era una buena opción para aquellos que no piensan como el sistema exige. Haciéndome ver que el pueblo es una masa amorfa y lejana a la que se tiene en cuenta desde un estrado para elogiarla un poco, azuzarla otro tanto y luego regresar al aire acondicionado."
Quizás hoy más que nunca cobran vigencia y relevancia estas frases en Colombia, al asistir tan de cerca a la reedición de estas prácticas por cuenta del aventajado discípulo y fiel multiplicador, Hugo Chávez Frías. Cualquier parecido con el teniente vecino no es pura coincidencia.
La obra desnuda la realidad que todos conocemos, la misma que algunos no aceptan y que otros tratan de tergiversar.
Tras más de 50 años de gobierno y poder, de haber prometido luchar contra el hambre, la desigualdad y la pobreza, enarbolando las banderas de la libertad y la justicia, de la independencia y el respeto por las naciones, de haber justificado sus métodos en la famosa frase "condenadme, no importa, la historia me absolverá" Castro y su séquito, con inexplicable orgullo y prepotencia, muestran un país en su gran mayoría sumido en el hambre y las privaciones, en el desabastecimiento alimentario, en la desesperanza y el atraso, encerrado en las cárceles del miedo impuesto a fuerza de presidios sin causa y fusilamientos sin juicio a quienes se atrevieron a expresar su inconformidad; mientras auspician e incitan a la infiltración ideológica hacia otros pueblos.
La única igualdad palpable es la de la pobreza, como si igualar a un pueblo en su miseria no fuese tanto o más indigno que promover la más aguda de las diferencias sociales.
Por eso, al leer a Almeida García 50 años después de la famosa frase, y ver con tristeza cómo Cuba es apenas hoy un santuario de todos aquellos males que juraron combatir; a más de medio siglo de la épica promesa, actuamos como impotentes jueces desde la inocuidad de la opinión para decretar por Almeida, por los miles de cubanos exiliados, presos o fusilados, por la injusticia y la represión. No, Castro, cincuenta años después, la historia no te absuelve.
No hay comentarios:
Publicar un comentario