Alberto Velásquez M.
El Colombiano, Medellín
Octubre 21 de 2009
El Papa Benedicto XVI ha recordado a las jerarquías católicas, que "deben permanecer alejadas de la política para favorecer la unidad". Palabras sabias y oportunas cuando, para el caso de Colombia, la política -que es a menudo refriega verbal de laicos- se agita con ardor en los inicios del proceso electoral.
Colombia ha tenido pasajes luctuosos en las épocas en que el clero ha intervenido en la política partidista. En el siglo XIX, las luchas entre el radicalismo liberal y los obispos, fue encendida. Los mitrados condenaban al liberalismo que abogaba por la separación del Estado con la Iglesia y por la educación laica y libre. Muchos pastores fueron expulsados, no solo de sus diócesis y parroquias, sino del país. La Iglesia sufrió despojos de sus bienes materiales y otras prerrogativas. Ella respondía, anatematizando a los actores de las expropiaciones y expoliaciones. En tanto las gargantas de los radicales combatían desde las curules congresionales a obispos y sacerdotes, estos contestaban desde los púlpitos con excomuniones en serie. Los conservadores, camándula en mano, se filaban al lado de las sotanas. Algunas guerras civiles del decimonónico, tienen sus raíces en estas contiendas político-religiosas.
Tiempo después se dio similar fenómeno en la confrontación ideológica. Alguna parte de la violencia de los años 40 y 50 del siglo pasado, se alimentó en la pugnacidad religiosa-bipartidista. Tal lucha fue replicada por algunos de quienes en vez de predicar la concordia cristiana, se desposaron con el fanatismo para responder al sectarismo heterodoxo.
Hace algunos meses, determinados obispos entraron en el debate de la reelección presidencial. Estuvieron en desacuerdo con el tercer mandato de Uribe. Otros simpatizaron con él. Esto causó revuelo. La división no se hizo esperar. Algunos feligreses aplaudieron esa intervención y muchos se disgustaron con tal recomendación, estuvieran o no de acuerdo con la reelección. Tuvo que intervenir el secretario de la Confederación Episcopal, monseñor Juan Vicente Córdoba, para sacar adelante una instrucción en la cual le pedía al clero que "se abstuviera de hacer opiniones partidistas que puedan dividir el pueblo". Así se calmó la tormenta, la que se podría despertar cuando la Corte Constitucional falle, si es que a algunos jerarcas les da por desoír las palabras oportunas y sabias de su máximo Pontífice, que desde el Vaticano debe haber estudiado bien las consecuencias que en diversas etapas de su Iglesia ha causado la intervención del episcopado en las pugnas terrenales de mecánica política.
Por eso nos parece muy oportuna la directriz que brota desde Roma. La intervención del episcopado en la política le ha traído al país ratos amargos. Está en contravía de la solicitud del Papa de permanecer marginados de la pugna partidista para preservar la unidad de sus fieles en las creencias esenciales de la religión. Ya las cosas han cambiado. Ahora los liberales acuden a los oficios parroquiales y dejaron empolvar " El Capital " de Marx. Los conservadores leen libros que antes estaban confinados en las páginas del "index". Los independientes, que hoy son los más en las encuestas de opinión, creyentes o escépticos, poco hacen alarde de su fe o de su agnosticismo. A todos por igual les incomoda que la Iglesia intervenga a pulpitazos, para presionar lo que debe ser libre determinación en la práctica de los derechos y deberes electorales.
Se viene encima un arduo y calenturiento debate electoral. Mas el obispo de Roma ha hablado. Y "cuando Roma locuta, causa finita".
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