Vicente Torrijos
El Nuevo Siglo, Bogotá
Octubre 6 de 2009
EL asunto es vergonzosamente simple. Tras haber fracasado dos veces en su intentona de reinstalar a Zelaya en el poder a cualquier precio, Chávez le habría pedido a sus secuaces del Frente Farabundo Martí, en El Salvador, que lo ayudaran a llegar a Tegucigalpa, donde la embajada de Lula estaría esperándolo con los brazos abiertos.
Una vez adentro, el veleidoso canciller Amorim facilitaría toda la tarea puesto que, ansioso como está por demostrar que ‘su’ Brasil es todopoderoso en el concierto hemisférico, Lula se iría a duelo contra el presidente Micheletti hasta deponerlo y restituir en el poder al camarada Mel.
Aceptado como ‘huésped oficial’ en la embajada brasilera, Zelaya comenzó a desarrollar punto por punto el libreto consistente en estimular la insurrección, llamar al levantamiento armado, montar un gobierno paralelo reconocido por tres o cuatro embajadas de poco pelambre, y arrastrar a la población, gracias al Telesur de Chávez, a lanzarse sobre el palacio presidencial y derrocar a Micheletti.
Pero sus proclamas incendiarias, que violaban flagrantemente las convenciones internacionales relativas al ‘hospedaje’, o al asilo, jamás surtieron el efecto esperado.
Tras haber querido convertir en pocos días a Brasil en garante del equilibrio de poder en las Américas, mediador natural, y árbitro de controversias, ahora Lula da Silva se convertía en interventor descarado, imponedor del orden interno hondureño y, lo que es peor aún, en sitiador de un país soberano al que no le quedó más remedio que declarar, precisamente, el estado de sitio, o sea, el estado de excepción, para enfrentar la agresiva intervención en sus asuntos internos.
O sea que, dando una lección de refinada y contundente diplomacia, el gobierno transicional de Honduras muy pronto tomó la iniciativa para desenmascarar a Da Silva. Le conminó a definir el estatus de Zelaya, rompió relaciones con Brasilia, le recordó a Itamaraty que en sólo diez días perdería toda inmunidad, y obligó al recién desempacado Lineu Pupo de Paula a llamarle la atención al desaforado subversivo del Zelaya que seguía vociferando desde la embajada para que su pueblo se armara (‘pacíficamente’) contra Micheletti.
Ante la proclama de Zelaya, “Patria, Muerte o Restitución’, Micheletti impuso claramente su criterio: “Patria, Exilio o Cárcel”, obligando, incluso, al canciller Amorim, a decir desde Brasilia que no tenía nada que hacer ante el impecable manejo del gobierno hondureño pues “enviar tropas a defender la Embajada sólo era viable en el marco de una declaratoria de guerra”.
Aunque tarde, el gobierno del presidente Obama finalmente se decidió a calificar de “irresponsable” toda esta farsa diplomática motivada por las ínfulas de Lula y sus correligionarios que, a lo largo de toda esta crisis, no sólo han perdido el duelo, el pulso y el prestigio, sino algo prácticamente irrecuperable : la mismísima razón.
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