Jorge Arango Mejía
El Mundo, Medellín
Octubre 10 de 2009
Como si no fuera con ella, la gente vio pasar las consultas sin interesarse en ellas. El porcentaje de quienes participaron estuvo lejos del diez. ¿Qué demostró esta aburrida jornada? Muchas cosas, entre ellas éstas.
La primera, que no hay una oposición fuerte.
¿Por qué? Porque el pueblo, tradicionalmente resignado, no encuentra motivos para desear el cambio de gobierno. Si los hubiera y existiera un sentimiento generalizado, la votación habría sido copiosa. Las grandes razones para el descontento, la pobreza y la desigualdad, han sido una realidad constante, cuya agravación apenas es percibida y no causa reacción.
La segunda, que la mayoría entiende que la tarea que el presidente Uribe emprendió -acabar con las asociaciones criminales de las Farc y el ELN- no ha terminado, que es necesario acabarla. A cada momento estos delincuentes recuerdan que ahí están, asesinando, secuestrando, extorsionando, y que al menor descuido recobrarán la fuerza que tenían anteriormente, particularmente en los tiempos de la tragicomedia del Caguán. Por eso el ciudadano común y corriente sigue esperando la noticia de la muerte del Mono Jojoy o de cualquier otro de estos empresarios del delito.
No hay que engañarse: la mayor urgencia que tiene Colombia es el pleno restablecimiento del imperio de la ley en todo el territorio nacional, que no se conseguirá sino cuando el Estado sea el único depositario de la fuerza.
Esa es la primera condición de una paz que permita avanzar hacia la igualdad.
La tercera enseñanza es ésta: ninguno de los precandidatos atrajo la atención popular, ni por sus ideas –que prácticamente no se conocieron- ni por su trayectoria. Ninguna de las campañas podría calificarse como la “aventura del espíritu” a que se refiriera Carlos Lleras al aceptar su candidatura en 1965.
Algo ha quedado claro: el presidente Uribe será reelegido. A pesar de su natural desgaste, de la corrupción creciente, de los escándalos frecuentes, el proceso que culminará con su tercera elección consecutiva, está en marcha y nada lo detendrá. Esto no es pesimismo sino realismo: los hechos son tozudos.
¿Piensa alguien, con sus cinco sentidos, que la colcha de retazos formada por los grupos opositores pueda convertirse en un movimiento coherente y avasallador? ¿Cómo conciliar los propósitos de Pardo, con los de Petro, Germán Vargas, Sergio Fajardo, Antanas Mockus, y quienes acompañaban a Carlos Gaviria?
El ministro Valencia, experto en las malas artes de la politiquería y sin escrúpulos, ha presentado nuevamente el proyecto que permitirá la reelección de alcaldes y gobernadores por dos períodos consecutivos. Es la manera de convertir más de un millar de empleados que tienen poder, en promotores del referendo. Ninguno de ellos será tan tonto o tan ingenuo como para oponerse a esa reforma que le permitirá disfrutar los placeres del mando por doce años, en total.
Hay que lamentar, especialmente, la derrota de Carlos Gaviria, una persona respetable, con ideas propias y con una hoja de vida sin la menor tacha. Era el más auténtico de los liberales que estaban en la contienda. Siempre he pensado que su temperamento y su carácter no eran compatibles con el ejercicio de la política, que no es un juego limpio, la mayoría de las veces. Tal vez por eso, su imagen se distorsionó hasta el punto de que él, pacifista por naturaleza y contrario a todas las formas de violencia, aparecía como alguien simpatizante de grupos delictivos o, al menos, que no los condenaba, en tanto que su adversario, antiguo guerrillero, asumía el papel de defensor de la convivencia. Marginado él de la campaña, muchos liberales nos quedamos sin candidato y sin la posibilidad de reemplazarlo. No me cabe la menor duda de que los resultados del domingo 27 marcan el comienzo del fin del Polo. Sumados a la mala gestión del alcalde de Bogotá, desencantarán a los que un día lo vieron como un camino hacia el mejoramiento de nuestra incipiente democracia.
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