Por: Santiago Montenegro
El Espectador, Bogotá
Octubre 5 de 2009
Como es habitual al final de las cumbres de los países del llamado G-8, ahora transformado en G-20, los jefes de Estado y primeros ministros posan juntos para los fotógrafos, cansados pero sonrientes, simbolizando así su buena voluntad y su esperanza por solucionar los grandes problemas del mundo.
Estos problemas se han tornado tan complejos, que el anterior club de los grandes países industrializados se quedó estrecho y se vio forzado a incluir a otros protagonistas, incluyendo varios latinoamericanos. Brasil tenía que entrar, pues tiene la quinta población del mundo, 192 millones de habitantes, y con un PIB de US$1,981 billones, es la novena economía más grande del planeta. México también tenía que formar parte del nuevo club, pues ocupa el puesto once en población, con 107 millones de habitantes, y también el puesto once en el mundo por tamaño de su economía, con un PIB de US$1,548 billones (cifras del IMF, PPP).
Lo sorprendente es que la presidenta de Argentina, Cristina Kirchner, haya aparecido en la foto, porque, a primera vista, Argentina está lejos de ser un líder mundial. Su política interna ha sido desde hace mucho tiempo muy inestable, tiene crisis económicas recurrentes y de las pocas cosas que ahora tiene para mostrar al mundo, como su selección nacional de fútbol, está en una crisis de diagnóstico reservado. Pero escarbando un poco las cifras, se comprende por qué fue invitada al G-20. Aunque su población no es muy grande, 40 millones de habitantes, contra 45 de Colombia, Argentina tiene un PIB de US$573 billones, con el puesto 22 en el mundo. Así, su economía es 44% más grande que la nuestra y, dada la menor población, su PIB per cápita es 75% más alto que el de Colombia.
¿Qué hace la diferencia entre Argentina y Colombia? La respuesta es muy simple: la agricultura. En tanto en Colombia tenemos sembradas menos de 4 millones de hectáreas —la misma de hace 20 años—, el área sembrada de Argentina es de 31 millones. En términos nominales, el PIB agrícola de la Argentina es de unos US$80 billones, contra unos 18 de Colombia. La importancia de su sector agrícola es aún mayor, pues una gran parte de su industria manufacturera y de sus servicios son complementarios y agregan valor a los productos del campo. Pero, quizá, lo más sorprendente de la agricultura argentina es que ha mantenido por décadas su tamaño y productividad pese a los repetidos intentos de exprimirla con impuestos extraordinarios por parte de gobiernos populistas, como los que trataron infructuosamente de imponer los Kirchner el año pasado.
Por el contrario, en Colombia, pese a la drástica mejora en la seguridad de los últimos años, a la conectividad que le ha dado la telefonía celular, a las vías del llamado plan 2.500, a la protección arancelaria y a muy generosos subsidios, como los del llamado Agro Ingreso Seguro, la agricultura ha crecido muy por debajo del resto de la economía, su productividad está estancada, ha expulsado mucha gente y la pobreza rural se ha mantenido en niveles alarmantes. Mientras en Argentina las medidas populistas no han podido destruir al campo, aquí la política agraria no ha producido los resultados esperados. Algo grave falla y hay que corregirlo. Porque Colombia no saldrá del subdesarrollo si no aprovecha los inmensos recursos agrícolas que tiene y que no está utilizando. Y, mientras no tengamos un agro moderno y dinámico, Colombia tampoco aparecerá en la foto del G-20.
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