lunes, 5 de octubre de 2009

Mercedes cantó para liberar la esperanza

Editorial

El Universal, Cartagena

Octubre 5 de 2009

Mercedes Sosa pasó sus últimos días peleando valientemente contra la muerte, una muerte a la que sabía invencible, pero a la que quería enseñarle que ya había ganado la inmortalidad, tras muchos años de cantarle a la entraña de América, al amor sencillo, a los atardeceres en San Miguel de Tucumán o a las emociones humanas más instintivas.

Ese mujer rotunda, de facciones orgullosamente indígenas, que llegaba a los escenarios acompañada de un guitarrista y a veces de un intérprete del bombo legüero, se convirtió en “La Voz de América” con su canto de brillo inagotable y sus clamores amorosos.

“La Negra” dejaba su alma en cada canción, dejaba una cantidad inagotable de ternura, un deseo irresistible de abrazarla y tenerla así aferrada al corazón, para que la dulzura de sus múltiples amores no se escapara hacia el cielo.

Amiga de sus amigos, luchadora inagotable de los principios básicos del hombre como el amor, la solidaridad, la justicia y la generosidad, siempre fiel a sí misma, derramando luz sonora de temple y cariño.

Por eso sus amigos y su familia saben que la partida de Mercedes Sosa a los 74 años es sólo un accidente de la existencia, porque en el mundo hay millones de hombres y mujeres que la sintieron viviendo su vida maravillosa, inundada de luz y bañada por un aguacero torrencial de amor y alegría, y que la seguirán sintiendo en su corazón, sencilla, ajena a las grandilocuencias y los protocolos.

En muchos rincones amables del mundo, en calles desoladas, en pueblos sembrados en el altiplano de los Andes, en los ríos caudalosos de América del Sur, en las noches estrelladas de la Pampa, en los desfiladeros ocultos de Chile, en los mares azules teñidos del intenso sol Caribe, en las selvas impenetrables del Matto Grosso, en los imponentes picos nevados del suroccidente de Colombia, en el litoral oscuro del Pacífico, en los escalones interminables de Macchu Picchu, en los recovecos del Río de la Plata, en las cataratas del Orinoco, en los domingos de feria de Bolivia, en toda la entraña inmortal de nuestro continente esperanzado, hay un canto que dejó “La Negra” alguna noche clara y sin nubes, al costado de los ríos caudalosos de agua y poesía.

“Lo que más feliz hacía a Mercedes era cantar, y seguramente ella hubiera querido cantarles también en este final, de modo que así queremos recordarla”, escribieron los familiares en la página oficial de Mercedes Sosa.

Tienen razón, es mejor cantar para recordarla siempre, es mejor hacernos la ilusión de estar cantando a coro con “La Negra” versos nostálgicos de Atahualpa Yupanqui, Jorge Cafrune, Armando Tejada, Violeta Parra, y tantos otros poetas que escribieron canciones como si lo hicieran para ella.

Cinco sirenitas llevarán a “La Negra” por caminos de algas y de coral, y fosforescentes caballos marinos harán una ronda a su lado, mientras ella se irá, sin irse realmente, simplemente vestida de mar.

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