martes, 13 de octubre de 2009

Sepultemos el mito del Che

Gabriel Angarita Buitrago

Vanguardia Liberal, Bucaramanga

Octubre 12 de 2009

Con la conmemoración de los cuarenta años de la muerte de Ernesto Guevara ha comenzado un proceso de revisión de su papel en la historia, para descubrir que no hay tal que hubiese sido un gran ideólogo y revolucionario, sino más bien un criminal desalmado que no se paraba en pelos para disparar sobre una persona por el motivo más insignificante. El famoso Che, a quien rinden culto tantos despistados alrededor de mundo —inclusive en las naciones desarrolladas, donde también hay idiotas—, no fue más que un frío asesino que de no haber sido eliminado en las selvas de Bolivia, habría cobrado un mayor número de víctimas inocentes. Ha correspondido a los venezolanos decentes, desde luego, revolcar la historia para poner al descubierto al verdadero Guevara, ante la urgencia de establecer un dique a las pretensiones de Chávez, quien está empeñado en clonarse ad infinitum para imponer su utopía socialista y quien, desde luego, se apoya en el credo del Che para perseguir su satánico propósito. Pero no solamente los venezolanos andan en este cuento, porque los propios argentinos se han dado cuenta ya de que la visión criminal de este personaje no puede ser perpetuada sin prolongar, también, esos sentimientos de odio que han sido despertados por Hugo y sus secuaces.

La visión revolucionaria de Guevara era la misma de Chávez, no faltaba más, pero la misma de los asesinos de la desaparecida Unión Soviética, de la Cuba contemporánea y eterna, de Corea del Norte y de tantos parajes—no olvidar Irán—, donde hay, siempre, un lunático empeñado en imponer una falsa igualdad y un idealismo extremos que niegan la condición humana, que nada tiene que ver con el socialismo, sino, más bien, con un capitalismo dinámico y siempre abierto a ajustes en el marco de la democracia, en el que el que trabaja más tiene mayores oportunidades de vivir mejor.

Hay fotos que muestran al Che disparando contra personas inocentes, propósito que cumplía con la mayor frialdad mientras los parientes o amigos de la víctima lloraban aterrorizadas. Pero, ¿quién era el Che? Era lo que aquí llamaríamos un hijo de papi, un niño rico hijo de padres resentidos que lo volvieron, lógicamente, un asesino. De modo que conmemoremos este 9 de octubre con la decisión de acabar con el mito del Che, de una vez y para siempre.

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