jueves, 22 de octubre de 2009

Solidaridad, Rector

José Manuel Restrepo Abondano

El Nuevo Siglo, Bogotá

Octubre 22 de 2009



Parece parte de la cultura de los violentos, de aquellos que no dejan que nuestro país prospere, de los que se esconden detrás de una capucha o en el monte mismo, de quienes prefieren una Colombia en guerra por siempre; el acudir a violaciones permanentes de los derechos fundamentales de todos los que queremos una Colombia pujante, justa y en paz, para expresar sus ideas, si es que aún podemos decir que tienen restos de ideología.


No de forma diferente a un acto de violencia cobarde podría describirse el reciente suceso en la Universidad Nacional de Colombia, cuando un grupo de sujetos, más cercanos a la delincuencia y al terrorismo que a la expresión de posiciones, decidió “secuestrar” o al menos restringir la libertad del Rector de la Universidad Nacional, de expresar sus preocupaciones en la forma apropiada, sobre el tema presupuestal de las universidades públicas y de su Alma Mater en particular. En aras de la verdad y de la justicia, no ha habido Rector de una universidad oficial que más vehemente y racionalmente se ha pronunciado sobre sus preocupaciones válidas del futuro presupuestal de la Universidad pública. Nada pues más injusto y reprobable que un grupo de bandidos haya decidido impedir un debate sensato sobre los temas en cuestión, y menos aún que acudan a la fuerza para coartar las libertades de movilidad, expresión y disentimiento que ha tenido Moisés Wasserman.


¿Hasta cuándo tendremos que soportar que grupúsculos de violentos ampliamente minoritarios sigan amenazando y amordazando a la academia, y persistan en liquidar valores universales de las universidades como la autonomía, la libertad para opinar o el culto al debate académico razonado y sustentado en el sentido común y en la inteligencia?


Aunque se entiende la posición cuidadosa y pensada del Rector de la Nacional de detener al máximo la entrada de la policía al claustro universitario, para intentar solucionar el impasse por la vía del diálogo, no puede uno aceptar que en el interior de una Universidad, un Rector dure seis horas retenido por sujetos que ni siquiera detentan la condición de estudiantes y que más parecen delincuentes contratados a sueldo. Pero menos aún, que la Secretaria del Gobierno del Distrito persista en insistir que después de practicarse un “secuestro express” de seis horas, la fuerza pública no pueda entrar a restablecer el orden. Quizá esto explica por qué el crimen organizado y delincuencial sigue creciendo en Bogotá ante la mirada pasiva de quienes se esperan bastante más y efectivas actuaciones. O será que debemos esperar a que una directiva deba ser agredida físicamente para allí sí empezar a actuar con la autoridad que requieren este tipo de situaciones.


En medio de lo anterior no queda más que expresar la solidaridad al rector Wasserman por su justo reclamo del escaso presupuesto universitario, así como aquella reflexión que nos propone de la universidad que queremos basada en paradigmas morales e intelectualmente distintos a los de esta muestra de una nueva forma de intolerancia.

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