viernes, 8 de enero de 2010

Cine de ficción

Editorial

El Tiempo, Bogotá

Enero 8 de 2010

Una verdadera oleada de indignación ha generado en el país la presentación de un documental hecho por realizadores argentinos y presentado en Buenos Aires a mediados de noviembre pasado, pero de cuya existencia no se supo hasta esta semana. El video, que tiene el título 'Farc: insurgencia del siglo XXI', muestra a varios grupos de guerrilleros con su fusil a la espalda realizando labores del campo.

Un comandante de la organización subversiva aparece hablando de tales oficios y sostiene que se trata de producir los alimentos que esta consume, al tiempo que afirma que no cultivan coca ni marihuana. Un guerrillero raso, por su parte, le muestra a la cámara unas semillas que tiene en su mano y habla del 'cacao fariano'. En ningún momento se hace mención de prácticas mucho más usuales y siniestras, como la siembra de minas antipersonas, con las cuales el grupo terrorista deja una cosecha de sangre y muerte.

Así las cosas, no ha faltado quien diga que el documental de marras debería ser presentado en la categoría de 'cine de ficción'. Pero, más allá de la visión distorsionada que este da, no está de más hacer varias reflexiones sobre el contraste que existe entre lo que se proyecta en la pantalla y lo que pasa en la realidad. Esa diferenciación es algo que los colombianos tienen claro, como lo demostró el vil asesinato del gobernador del Caquetá a finales de diciembre, o las amenazas que recibieron hace pocos días cuatro alcaldes del sur del Tolima, al igual que el mandatario seccional, por cuenta de la guerrilla.

No obstante, en buena parte de Latinoamérica y en ciertos países de Europa, el accionar de las Farc es observado casi de manera romántica. Los aplausos que despertó el video entre el público que lo observó en Argentina son reveladores y, al mismo tiempo, preocupantes. El respaldo es equiparable a lo hecho por una organización no gubernamental con sede en Dinamarca, que se ha empeñado en recaudar dinero para enviarlo al movimiento guerrillero, a pesar de dictámenes judiciales en contra.

Resulta inconcebible que en pleno siglo XXI sea posible financiar la producción de una pieza de este estilo, cuyo objetivo es que sean bien vistas las acciones violentas contra la democracia colombiana, que han dejado miles de víctimas entre la población civil. Más todavía cuando las muestras de simpatía tienen lugar en naciones en donde las dictaduras dejaron profundas heridas que no han acabado de cerrar del todo.

Sin desconocer las falencias del Estado y los abusos ocasionales de algunos de sus agentes, en Colombia existe creciente conciencia sobre el respeto de los derechos humanos, al igual que mecanismos para castigar a quienes cometen abusos. Como consecuencia del gravísimo caso de los 'falsos positivos', tuvo lugar una importante purga en las Fuerzas Militares y están en marcha procesos judiciales que, más allá del tropiezo que constituye la liberación de varios sindicados por vencimiento de términos, deberían desembocar en penas ejemplares.

De tal manera, es evidente que la estrategia de comunicación que impulsa el Gobierno dista de ser efectiva internacionalmente y que esta requiere un manejo mucho más hábil que en el pasado. Se trata, por supuesto, de mostrar la realidad, pero reconociendo que verdades que son obvias para los colombianos, no necesariamente son fáciles de entender para quienes viven en otras latitudes.

La responsabilidad de transmitir ese mensaje, que ojalá sea concreto, claro y sencillo, le corresponde a la Cancillería a través de las embajadas. Es deseable que en este caso el Ministerio de Relaciones Exteriores sea capaz de enmendar las fallas que tuvo a la hora de explicar apropiadamente el acuerdo de cooperación entre Colombia y Estados Unidos, con respecto al uso de siete bases militares en territorio nacional, que tantos dolores de cabeza ha causado.

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