Carlos Alberto Montaner
El Nuevo Herald, Miami
Diciembre 27 de 2009
Puedo escribir los textos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: la revolución cubana va a cumplir 51 años, pésimamente dirigida por los hermanos Castro, y no se avizora el menor síntoma de cambio, alivio o rectificación. El gobierno insiste en el disparatado curso de la planificación centralizada, los planes quinquenales, el colectivismo, la burocracia indolente que todo lo controla, el palo y tentetieso contra cualquiera que desafine en el coro, bajo la autoridad de un partido único guiado por Fidel, el líder amado, y por su hermano Raúl, porque, para colmo, ahora hay que practicar la bigamia cortesana y amar a dos líderes repulsivos simultáneamente.
Fidel y Raúl llegaron al poder sin ninguna experiencia de gobierno hace medio siglo, pero no han logrado aprender nada. Todo un récord. Hoy son dos ancianitos puntillosamente incompetentes, que han agravado hasta el sadismo los cinco elementos básicos que le dan sentido y forma material a cualquier sociedad moderna: alimentación, agua potable, vivienda, transporte y comunicaciones. Si hubiera un premio a la incapacidad gerencial habría que dárselo a estos dos personajes.
Raúl acaba de decir que en el 2009 las exportaciones cayeron un 23%, las importaciones un 37 y las inversiones un 16. Pero esos son números vacíos. Aquí va un dato que es un reflejo más elocuente del panorama general: en el 2009 el país produce la misma cantidad de azúcar que en 1902, cuando no había tractores, electricidad o camiones. En 1902 existían un millón y medio de cubanos que se movilizaban a lomo de caballo. Hoy hay once que ya ni siquiera tienen caballos. El país se hunde por la improductividad tremenda de un sistema que no ha funcionado bien en ninguna latitud, pero que en Cuba ha alcanzado la más profunda sima imaginable.
Esto es importante tenerlo en cuenta para entender el estado anímico de la sociedad cubana: las tres primeras generaciones de la república (1902 a 1958), en medio de crisis económicas –incluida la del 29– desórdenes, corrupción y periodos dictatoriales, progresó constante y notablemente hasta colocarse en el pelotón de vanguardia de América Latina. Cada una de esas generaciones vivió mejor que la anterior. En cambio, las tres generaciones posteriores que sólo han conocido la dictadura comunista (1959 a 2009) han tenido la experiencia contraria: cada una de ellas ha vivido peor que la precedente. Por eso los cubanos sólo piensan en emigrar: los Castro les enseñaron la cruel lección de que el futuro siempre será más negro, pobre y desagradable que el miserable presente que padecen.
Prueba al canto: una encuesta secreta realizada hace unos meses por el Partido Comunista en la Universidad de La Habana (un universo de 30,000 personas supuestamente simpatizantes del régimen) arrojó unos resultados devastadores: las tres cuartas partes de los estudiantes, profesores y administradores deseaban ardientemente la erradicación del sistema y su sustitución por un modo racional de organizar la convivencia. Los Castro, en lugar de admitir la evidencia, se limitaron a echar al rector, como si el pobre tipo fuera el causante del rechazo que provoca el prolongado disparate revolucionario.
¿Cómo va a terminar este fallido proceso político? Sin duda, con la demolición de esa disparatada forma de gobernar. El sistema comunista tiene muy pocos partidarios reales en el país. Hay, sí, gente que aplaude o que se presta a apalear adversarios en pogromos orquestados por la policía política, pero ya son contadas las personas con convicciones marxistas, persuadidas de que ese modo cruel de estabular a la sociedad algún día les traerá la felicidad a los cubanos.
¿Cuándo va a ocurrir esto? Como todos sabemos, hay que acogerse a la vieja fórmula española con que la oposición democrática, incapaz de arrebatarle el poder a la dictadura o de cambiar sustancialmente el sistema, se resignó a esperar por la muerte de Francisco Franco: la melancólica “solución biológica”. Primero, Fidel (83) debe tener la esperada cortesía de morirse, y luego Raúl (78), siempre un buen discípulo, debe seguirle los pasos educadamente.
Raúl, es verdad, intenta consolidar el PC con sus incondicionales para tratar de perpetuar el sistema, pero esa estratagema no funcionará. A ellos, a los Castro, los obedecen por miedo y por la inercia propia de estas largas tiranías –como ocurría en la España de Franco o en la República Dominicana de Trujillo–, pero una vez que desaparece el sultán, o los sultanes, comienzan a aflorar los verdaderos deseos de la inmensa mayoría: enterrar de una vez esta etapa de violencia e irracionalidad que han padecido los cubanos por más de medio siglo.
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