Álvaro Valencia Tovar
El Tiempo, Bogotá
Enero 15 de 2010
Los contundentes golpes asestados a las Farc, frentes 43 y 51, en los albores del año en comienzo, acompasados de otro al Eln, su nuevo aliado, preludian la continuidad de un lento pero ineludible deshacerse en la nada. No pierden la capacidad de hacer daño, secuestrar, asesinar dirigentes políticos y personajes de quienes puedan extraer dinero para sus desvencijadas finanzas. Pero los tozudos cabecillas deben reconocer en su fuero interno que el iluso ideal revolucionario de mejores días se deshizo en la miseria del narcotráfico y el delito.
Las pérdidas humanas sufridas por las columnas 43 y 51 alcanzan dimensiones incalculables. Los cabecillas de ambas columnas y el segundo de la 51, dados de baja; más de 50 combatientes veteranos de muy difícil reemplazo, heridos, que recibieron auxilios médicos de los militares; otros prisioneros, desertores, desmovilizados, configuran un auténtico desastre militar, cuya resonancia llegará con graves efectos desmoralizantes a los más remotos escondrijos selváticos como fúnebres presagios de un final inevitable.
Ante semejante realidad, ¿por qué los obnubilados dirigentes de las Farc persisten en una lucha perdida? Se atribuye a 'Alfonso Cano' una formación intelectual superior a la de la mayoría de jefes formados en el combate. Tuvo su hora cenital cuando la muerte de 'Tirofijo' dejó en sus manos el mando supremo. Era el momento de abandonar decorosamente un proyecto fracasado. Sin duda, mantiene la remota esperanza de que la situación electoral le ofrezca un desenlace favorable en medio de la debacle producida por una Inteligencia de sorprendente eficiencia y una arrasadora fuerza de combate combinada, que además le arrebata territorio y población irrecuperables. Esta tenue esperanza, unida a los menguados pero todavía enormes ingresos del narcotráfico, alienta el anhelo de un resurgimiento emanado de sus propias cenizas.
Error garrafal de cálculo político. Es pensar con el deseo. Quien haya de ser el Presidente proseguirá por fuerza de gravedad y clamor nacional con la Política de Seguridad Democrática y su componente militar dentro de una lógica elemental. El esfuerzo en curso compromete a la nación entera. La victoria es simple cosa de tiempo y cometeríamos la más insigne estupidez si no prosiguiéramos con idéntica tenacidad el empeño que terminará por imponerla.
¿Negociar? Es lo deseable. Pero negociación de Estado triunfante con una insurgencia al borde del colapso, en la que no quepan exigencias arrogantes del vencido, sino peticiones razonables dentro de los términos de una democracia, que no puede sacrificar sus fundamentos, su esencia filosófica, sus valores perdurables por la ansiedad de alcanzar una paz demagógica de aplausos y reconocimiento engañosos a cualquier precio.
Una paz adelantada con cronogramas precisos, basados en cálculos del tiempo requerido para concentraciones, entrega de armas y desmovilización, en zonas rurales reducidas, que excluyan poblados y faciliten la logística del proceso. Nada de zonas de distensión ni discusiones interminables que favorezcan el proyecto revolucionario de simples etapas en el avance hacia el poder.
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