Humberto Montero
El Colombiano, Medellín
Enero 15 de 2010
Un huracán está barriendo Cuba y amenaza la supervivencia del régimen castrista. No viene acompañado de vientos devastadores ni de lluvias torrenciales, pero la consecuencia es la misma: hambre y una ola de destrucción ante la que la dictadura nada puede hacer por su incapacidad crediticia y por unas arcas rebosantes de telarañas. Esta vez la tormenta no tiene nombre de mujer: se trata de la crisis, que golpea la isla con una intensidad brutal. Tanto como para que la dictadura admita que no puede afrontar sus deudas y que es incapaz de acceder a la financiación internacional. Mientras, la demanda y los precios de sus principales productos de exportación caen sin remisión.
La situación ha llevado a las autoridades a cortar todo lo posible las importaciones, que cuadriplican a las exportaciones. La balanza está tan desequilibrada que, a pesar de que en 2009 se redujo la compra de alimentos y otros bienes a Estados Unidos casi un 37%, la situación no mejora.
Hoy más que nunca, la vida en Cuba está esposada a una cartilla de racionamiento. Pero el kit de supervivencia es cada día más escaso: una pastilla de jabón y otra para lavar la ropa cada dos meses (ninguna limpia lo que se espera), un puñado de arroz para todo el mes, un vaso de aceite de soya, medio kilo de pollo (la mayoría hueso), y 100 gramos de café que nunca podrá tomar con leche porque el "oro blanco", en polvo, se reserva a los menores de 7 años. Además, unos 300 gramos de frijoles al mes y un paquete de carne, presuntamente de res, mezclada con soya en tal proporción que casi nadie se atreve a comerla, otros 300 gramos de pescado que deberá cambiar por otros 200 gramos de pollo "tísico" ya que, pese a estar rodeada de uno de los mares más ricos del mundo, los peces esquivan los mercados de la isla. Para completar el menú carcelario, se entregan 300 gramos de guisantes. Cualquier "capricho" extra debe pagarse con los 20 dólares al mes de que dispone un cubano medio, que reza cada día para que no le agarre con la nevera "llena" uno de los frecuentes apagones.
Con las tierras arrasadas por los herbicidas soviéticos o cubiertas por el marabú (una zarza imposible de erradicar que ha invadido el 20% del suelo fértil, ocioso en un 55%) pocos aceptan trabajar el campo porque hay que plantar lo que digan los Castro y venderlo al precio que ellos quieran. Normal que, por ejemplo, la producción de coco haya caído un 80% con respecto a 1990.
El perverso sistema que desmotiva toda actividad comercial está, sin embargo, tocando a su fin. Cuba no puede resistir más ese avejentado socialismo del siglo pasado -inhumano y fracasado- porque los cubanos ya no aguantan más. Por primera vez en medio siglo, el hastío es generalizado incluso entre los jerarcas. La transición será lenta, pero arrancará este año con el modelo chino como base. Lo contrario, perpetuar el desastre otro año más, sólo provocará una insurrección y el fin absoluto del castrismo.
Un sistema en el que sale más barato irse a comprar a México la taza de un retrete que hacerlo en la propia Cuba, como me contaba la corresponsal de una agencia alemana en La Habana, está condenado a muerte. Que tome nota Chávez.
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