Mauricio Botero Caicedo
El Espectador, Bogotá
Enero 17 de 2010
La historia nos trae innumerables ejemplos en donde se presenta un punto de quiebre tecnológico.
En la segunda mitad del siglo XIX con la llegada del petróleo —más abundante y económico— el aceite de ballena pasó a los anaqueles del olvido; en el siglo XX el teléfono desplazó a los Marconi; en los setentas el fax acabó con el télex y los casetes les dieron una estocada mortal a los discos de acetato; en los ochenta los discos compactos (CD) desplazaron a los casetes; el iPod pulverizó al walk-man; y más recientemente la telefonía celular ha convertido la fija en obsoleta. Para que se materialice el desplazamiento de una tecnología a otra se tiene que presentar lo que los economistas denominan el “network effect”: a medida que haya una demanda cada día mayor por la nueva tecnología, se van reduciendo de manera exponencial los costos de suministrarla. La vieja desaparecerá al ritmo que se logre neutralizar la oposición de aquellos que tienen intereses creados en que se mantenga la tecnología obsoleta.
En el caso del transporte, muy seguramente se ha llegado al punto de quiebre entre la tecnología convencional de motores alimentados por combustibles fósiles a una nueva tecnología de vehículos híbridos, es decir, aquellos propulsados por uno o varios motores eléctricos y un pequeño motor convencional como apoyo. Según la prensa, por primera vez en 2009 un vehículo híbrido (el Toyota Prius) fue el carro más vendido en el Japón. Para quien escribe esta nota, este hito no sólo es el inicio de la expansión mundial de una tecnología más limpia, eficiente y económica, sino que es comienzo del fin de la era del petróleo. Los híbridos obtienen el doble de kilometraje, emiten 55% menos contaminantes, son silenciosos y sustancialmente más eficientes por unidad de energía (BTU).
Para poder contextualizar el futuro del petróleo, es necesario entender que el 75% del crudo se destina a la producción de gasolina y diésel y un 4% adicional a gasolina de aviación. El petróleo es transporte, punto. El viraje tecnológico hacía los híbridos, por razones obvias, implica cambios radicales en el futuro de este recurso no renovable. Las decisiones sobre el combustible del futuro no las va a tomar Estados Unidos, ni mucho menos la Unión Europea: las va a tomar China, que en 2009 se convirtió en el mayor consumidor de vehículos de transporte en el mundo, con 13,6 millones de unidades, dejando a Estados Unidos, con 10,4 millones de vehículos, en segundo lugar. China, igualmente, a la vuelta de dos años se va a convertir en el mayor productor global de carros y camiones. Es vital entender que China —que carece de reservas de crudo— no tiene el menor interés en que el petróleo siga siendo el combustible para sus necesidades de transporte.
A la vuelta de la esquina los países productores de petróleo se van a dar cuenta de que el futuro del transporte no será el petróleo y que las inmensas reservas que yacen en su subsuelo no van a valer mayor cosa. Es obvio que los que van a tardar más en salir del juego son los países con crudo liviano, petróleo tan fácil de sacar como de refinar. Al desplomarse los precios, los que se van a quedar con los crespos hechos son los productores de crudos pesados, cuyo costo de extraer, transportar y refinar es prohibitivo. El cartel de la OPEP, incapaz de controlar la producción, se despedazará.
El fin de la era del petróleo va a tener enormes consecuencias para las empresas del sector, para Colombia, sus vecinos y la geopolítica mundial, temas que se tratarán en las próximas columnas.
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