domingo, 17 de enero de 2010

Sapere Aude

Alfonso Monsalve Solórzano

El Mundo, Medellín

Enero 17 de 2010

Leí en un blog de El Espectador un artículo en el que se criticaba el apoyo de las mayorías de los colombianos a Uribe, con el argumento de que éstas son personas, mentalmente hablando, menores de edad, incapaces de tomar una decisión por sí mismas y actúan, en consecuencia, de manera heteronómica, para usar la expresión kantiana, es decir, por lo que otros les dicen o imponen.

En su muy famoso ensayo “Respuesta a la pregunta ¿qué es la ilustración?”, de 1783, el gran filósofo de Könisberg, quizá el más grande pensador de todos los tiempos, contestó que, desde el punto de vista de los individuos, la ilustración consistía en la capacidad de tomar decisiones por sí mismo, usando para ello la razón. En otras palabras, la Ilustración, la característica de la modernidad, consiste en el ejercicio de la autonomía, y en el caso específico que nos ocupa, la autonomía moral y política.

De hecho, la Ilustración implica la emancipación del hombre de la tiranía de quienes le imponen decisiones religiosas, morales y políticas. Antes de la Modernidad, los pastores religiosos o los gobernantes que invocaban a Dios como fuente de su poder, decidían por toda la sociedad, ese conjunto de individuos sobre los que ejercían su poder, pues las personas carecían de la posibilidad de formarse su propio criterio y decidir sobre los asuntos cruciales que les atañían como individuos y como comunidad política.

La Ilustración es, pues, el momento del nacimiento del individuo como ente moral autónomo y de la sociedad política como sociedad capaz de tomar autónomamente sus propias decisiones, es decir, el origen del individualismo, del liberalismo y de la democracia.

El grito de batalla kantiano en el texto comentado fue “sapere aude”, expresión latina que traduce “atrévete a pensar”, pero que también ha sido traducida, en virtud del contexto del trabajo, como “ten la valentía de usar tu propia razón”. Atreverse a pensar significa, usar los propios criterios, saber, investigar sobre el tema de la decisión y optar por una salida que no sea impuesta desde afuera, por alguien que se presenta como el sabio o el portador de la verdad revelada o la encarnación del poder.

El sujeto moral y político hace la elección en el marco de la sociedad política que también se autodetermina en la democracia. La aparente contradicción entre la determinación política -que en las sociedades modernas se encarna en el pacto en torno a una organización política democrática, que tiene el juicio de la mayoría como regla de decisión- y la autonomía del individuo, que puede ser contraria a aquella, se resuelve en el Estado de derecho que garantiza las libertades individuales fundamentales más allá del alcance de la decisión mayoritaria.

Atreverse a pensar usando la propia razón no niega la interacción con los otros. De hecho, formarse un criterio propio exige escuchar su argumento, evaluarlo, confrontarlo con las razones propias, y, luego, tomar las decisiones pertinentes. Exige libertad de pensamiento y expresión. Exige respeto por la autonomía del otro y por las reglas de la democracia. Con información suficiente, cada individuo debe ser capaz de formarse su propio criterio. Es curioso cómo columnistas y políticos defensores de la autonomía individual y del sapere aude se quejan porque libremente la mayoría de los colombianos optan por opiniones contrarias a las suyas, usando, precisamente su capacidad de tomar decisiones por sí mismos, usando la razón para hacerlo. Como no piensan como ellos, son menores de edad, en el mejor de los casos, o imbéciles y borregos, en el peor. Sólo quienes los siguen y acatan son autónomos, libres e inteligentes. ¡Esto en un país donde existe la más absoluta libertad de expresión por parte del Estado y los medios están abiertos a todo tipo de críticas contra el gobierno!

Estos escritores y comentaristas de medios actúan según la doctrina platónica del gobierno de los filósofos, quienes saben lo que le conviene al pueblo y por lo tanto tienen el derecho a regirlos y a decidir qué les conviene pensar y qué no.

La democracia ejercida en el marco de la Constitución, que es la forma de la autonomía política, es decir, de la sociedad, no significa nada para ellos. Si los ciudadanos, utilizando el sapere aude piden su reforma dentro del marco del respeto a las libertades fundamentales, para defender el derecho de la mayoría a elegir su gobernante, esto es un atentado al Estado de derecho porque su petición no corresponde a los intereses de los candidatos que ellos consideran dignos de gobernar.

Cualquiera que exponga una opinión contraria a su doctrina es satanizado, sin que sus tesis sean rebatidas con argumentos distintos a los denominados ad hominem, es decir, atacando a las personas y no desmenuzando sus ideas. Por ejemplo, los puntos de vista del Procurador sobre el derecho de las mayorías a elegir, o los que tienen que ver con los alcances de la violación de los topes de financiación o sobre la manera como se aprobó la pregunta del referendo en el Congreso, no han sido respondidos, salvo honrosas excepciones (como algunas expresadas aquí en EL MUNDO), con argumentos que no sean insultos o descalificaciones. Con kantianos así, ¿quién necesita platónicos?

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