miércoles, 20 de enero de 2010

¿Un aliado oportuno?


Alberto Velásquez Martínez

El Colombiano, Medellín

Enero 20 de 2010


Llega Sebastián Piñera, dirigente de centroderecha, a presidir un país que durante los últimos 20 años fue regido por buenos mandatarios de centroizquierda. Estos gobiernos insertaron a Chile en el desarrollo económico. Hoy esa nación es miembro de Apec (Foro Económico de Asia Pacífico). Socio de la Ocde (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Y tiene firmados más de 50 TLC con países que van desde los Estados Unidos y China, pasando por Colombia. Es decir, una nación que con la práctica de las libertades en lo económico y en lo político, con instituciones sólidas y respetables, pisa ahora el umbral del club de naciones desarrolladas, que viven una democracia plena.


No pudo la Bachelet trasladar su buena reputación, que sobrepasa el 80%, el índice más alto en América Latina, a Eduardo Frei, su derrotado socio político. Con este fallo de las urnas se demuestra, una vez más, que no es fácil endosar el prestigio a los herederos, para que la opinión pública los acoja sin reservas en las urnas. El estadista, el líder, provoca apoyos y mueve electores alrededor de su nombre. No siempre su carisma lo transmite a discípulos y copartidarios por más aventajados y parecidos al carácter e ideología del protector.

Veinte años en el gobierno agotaron el modelo político de la Concertación, suma de partidos de centro e izquierdas. Así lo reconoció Ricardo Lagos, un ex presidente progresista, que le dio en su momento -como antecesor de la Bachelet- gran impulso a Chile. Cuatro lustros sin alternancia, en la cabeza y en los programas del Estado, se fueron volviendo, no sólo impopulares, sino contraproducentes. La esencia de la democracia se basa en los relevos de nombres, iniciativas e innovaciones en el mando de la nación.


Chile demostró este domingo que en democracia no es fácil que opere la reelección. La Bachelet, con los más altos índices de aceptación popular en América Latina, intuyó y se percató de esa barrera mental y jurídica para desechar propuestas dirigidas a enmendar la Carta que la pudiera reelegir. Su antecesor, Ricardo Lagos, tampoco atendió, en los años de su gobierno, los cantos de sirena que le sugerían remendar la Constitución para quedarse cuatro años más en el poder. Ahora, Eduardo Frei -presidente entre 1996 y 2000- es derrotado en su audacia de romper con esa tradición que están vivas en el talante de las mayorías chilenas, luego de la larga dictadura del general Pinochet.


Chile tiene la ventaja -para alejar sobresaltos de disparatados virajes- de haber elaborado sólidas políticas de Estado. Si bien es cierto que tendrá una vigorosa fuerza de oposición en la coalición derrotada, sus políticas estructurales de desarrollo, esencialmente en lo económico, la blindan de saltos al vacío y de improvisaciones que puedan atentar contra sus sistemas de estabilidad y de credibilidad que se fundamentan en el vigor de sus instituciones.


Llega entonces al poder un empresario brillante. Que tiene recorrido político, por cuanto fue senador de esa república austral. Tendrá sí, como gran reto, no confundir el manejo de sus prósperos negocios con los de conveniencias y propósitos del servicio público.


Ya era tiempo de que América Latina eligiera un presidente, ideológicamente cercano -en medio de tanta soledad- al gobierno de Colombia.


¿Será un aliado contra la expansión chavista o caerá en el sindicato de los indiferentes?

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