Alfredo Rangel
Revista Semana, Bogotá
Diciembre 26 de 2009
Sin duda alguna, Sables y utopías, de Mario Vargas Llosa (Editorial Aguilar, 2009). Con esta recomendación vuelvo a sumarme a la loable campaña de la Cámara Colombiana del Libro, ya tradicional por estas fechas. Este libro es una excelente recopilación de más de 50 ensayos, artículos, entrevistas, cartas y conferencias de quien es uno de los grandes de las letras latinoamericanas, además de un polemista político de grandes quilates.
Vale la pena leerlo y releerlo. El libro, un volumen de 450 páginas, tiene cinco capítulos, cuatro de ellos dedicados a temas políticos e ideológicos, y uno que aborda otra de las pasiones de Vargas Llosa, la crítica literaria. Los títulos de los primeros cuatro hablan por sí solos: La Peste del Autoritarismo; Auge y Declive de las Revoluciones; Obstáculos al Desarrollo: Nacionalismo, Populismo, Indigenismo y Corrupción; Defensa de la Democracia y del Liberalismo. A lo largo de 350 páginas, estos capítulos ilustran el periplo intelectual que durante los últimos 40 años ha recorrido su autor, siempre colocándose en la primera línea de defensa de la libertad y en contra de las dictaduras y de toda forma de opresión.
Como es sabido, la apasionante vida intelectual de Vargas Llosa en el campo político ha estado marcada por tres momentos fundamentales, que han sido, de una u otra forma, los mismos hitos de la evolución de una parte muy importante de la intelectualidad latinoamérica a partir de la segunda mitad del siglo XX: la simpatía inicial con la Revolución Cubana, en la que se veía, a diferencia de las dictaduras estalinistas del 'Socialismo Real', una posibilidad dorada de armonizar justicia con libertad; luego vino el desencanto con esta ilusión por el sacrificio que el régimen comunista de Fidel Castro hizo de la libertad de expresión y de todas las libertades políticas, la represión inclemente contra los intelectuales críticos del gobierno, contra toda forma de oposición, e incluso contra minorías sociales como la población homosexual; y finalmente, ya en la madurez, el redescubrimiento del liberalismo y de sus presupuestos básicos, la democracia política, la economía de mercado y la defensa del individuo frente al Estado. Por este recorrido creo que hemos pasado muchos, y eso nos identifica sobremanera con Vargas Llosa.
Este peruano universal, ganador del Premio Cervantes, el Príncipe de Asturias, el PEN-Nabokov y el Grinzane Cavour, entre muchos otros -además de ser sobrado y justo aspirante al Nobel, si este premio no tuviera tanto sesgo político-, ha sido un crítico implacable de todas las dictaduras: la de Videla, en Argentina; la de Velasco Alvarado, en Perú; la de Pinochet, en Chile; la de Somoza, en Nicaragua; la de Castro, en Cuba; y hasta de la que define socarronamente como la "dictadura perfecta" del PRI, en México. Pero, puesto que sobre el rechazo a las demás hay consenso, su debate mayor es contra la dictadura más larga en la historia de América Latina, la de Fidel Castro, que aún provoca adhesiones entre algunos intelectuales y políticos despistados o cínicos que "no podrían soportar 24 horas en una sociedad como la que defienden". Son estos últimos el blanco de las más mordaces críticas de Vargas Llosa puesto que "en vez de mostrarse solidarios con quienes en Cuba van a prisión, viven como apestados, sometidos a toda clase de privaciones y tropelías o dan sus vidas por la libertad, apoyan a sus verdugos y aceptan jugar el lastimoso papel de celestinas, cómplices o 'putas tristes' de la dictadura caribeña".
Mención especial merece la defensa que a lo largo de su obra hace Vargas Llosa del liberalismo, no como una ideología, ni como "religión laica y dogmática", sino como una filosofía, una "doctrina abierta que evoluciona y se pliega a la realidad" , que estima que "la libertad es el valor supremo", que "la libertad es una sola y la libertad política y la libertad económica son inseparables", que "la libertad se mide en el seno de una sociedad por el margen de autonomía de que disponga el ciudadano para organizar su vida y realizar sus expectativas sin interferencias injustas", y que lo fundamental es "la tolerancia y el respeto a los demás y, principalmente, a quien piensa distinto de nosotros, practica otras costumbres y adora otro dios o es un incrédulo". En fin, es la defensa del liberalismo no como un partido, sino como una cultura general que ojalá irrigara por igual a todos los ciudadanos y a todos los partidos del espectro político, para darle mayor robustez a la democracia.
Por las anteriores, y por muchas razones más que no caben en este espacio, recomiendo este libro para regalar o regalarse en Navidad. Sé que quienes lo lean le agradecerán a Vargas Llosa haberlo escrito. Y a mí, tal vez, humildemente, habérselo recomendado. ¡Feliz Navidad!.
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