Álvaro Vargas Llosa
Diario de América, Nueva York
Enero 7 de 2009
Durante la última década se habló mucho del viraje de América Latina a la izquierda. Pero este análisis va pasando de moda. Casi con toda seguridad, las próximas contiendas presidenciales en los principales países empujarán a la región en dirección opuesta.
La inminente segunda vuelta electoral en Chile probablemente pondrá fin a dos décadas de dominio de la coalición de centro-izquierda y hará del empresario Sebastián Piñera un “tour de force” político. En mayo, los colombianos votarán o bien por un tercer mandato de Álvaro Uribe —si se aprueba la desatinada reforma constitucional— o por alguien que continuará sus políticas. Y en octubre, según todas las encuestas, los brasileños escogerán a José Serra, el gobernador de Sao Paulo, antes que a la “elegida” de Lula da Silva.
Si estos terminan siendo, en efecto, los resultados, el cambio ideológico sugerido el año pasado por la victoria de Ricardo Martinelli en Panamá y la elección de Porfirio Lobo en Honduras se verá muy potenciado. Y hay más. El candidato nacionalista de izquierda en el Perú ha perdido oxígeno tras casi vencer en 2006: una larga lista de candidatos de centro-derecha (un par de los cuales se dicen coquetamente de centro-izquierda aunque no es así como se los percibe) dominan los sondeos. Y todo indica que la mayoría de los argentinos secundan a los distintos opositores de las políticas de Cristina Kirchner. Eso frenará las pretensiones de su marido, el ex presidente Néstor Kirchner, si se postula nuevamente el año próximo.
La única democracia latinoamericana de peso donde el péndulo parece estar alejándose de la centro-derecha es México. Sin embargo, el Partido Revolucionario Institucional —la agrupación que acaso ganará los comicios de 2012— es un híbrido, no una fuerza ideológica. Y no está ni remotamente interesada en proyectar su sombra sobre la región.
La significación del vuelco a la derecha es potencialmente doble. ¿Implicará una nueva ola de reformas como no se veía desde la década de 1990 y un realineamiento de la política exterior en el continente?
En teoría, algunos de los gobernantes en ciernes se proponen hacer de América Latina un espacio con más dinamismo empresarial y económicamente más diversificado: la región sigue dependiendo demasiado de los recursos naturales, sus niveles de inversión son demasiado bajos en comparación con otros “recién llegados” a la carrera del desarrollo y sus estándares educativos continúan siendo paupérrimos. Pero no hay ninguna garantía de que el cambio de tendencia dará pie a unas reformas de fuste. Al igual que sus adversarios socialdemócratas, los centroderechistas de América Latina tienden a perderse en la placidez aparente de la situación actual. Muchos parecen haber agotado sus ambiciones reformistas con la liberalización y la privatización de los años 90, que la corrupción en parte estragó.
En cambio, el giro a la derecha podría ser de mucho impacto en la política exterior, reduciendo al desmesurado venezolano Hugo Chávez a proporciones reales. El gárrulo matón de Caracas se ha beneficiado de tres factores que desaparecerían de confirmarse el cambio ideológico. Brasil dejará de complacer los caprichos de Chávez y brindar cobertura política a sus diabluras geopolíticas. Chile abandonará su ambigüedad frente al intervencionismo exterior de Venezuela, una actitud que se explica hoy por las raíces ideológicas de la Presidenta Michelle Bachelet y por su esfuerzo –como respuesta a la percepción de que su país había descuidado a sus vecinos durante años— en ser querida por los gobiernos latinoamericanos. Por último, el eventual resurgimiento de Argentina como el referente modernizador que dejó de ser hace algún tiempo podría privar a Chávez de buena parte de su espacio político.
El “encogimiento” de Hugo Chávez en la región ayudaría a liberar parte de la presión que Caracas ejerce sobre Colombia y Perú. El contexto regional amistoso ha permitido a Venezuela en estos años buscar rutinariamente pleitos con Colombia y delegar en el boliviano Evo Morales la misión de provocar sin descanso al Presidente del Perú. La concentración del gobierno colombiano en su guerra contra las narcoguerrillas y su cuidado en evitar el conflicto armado con Venezuela han impedido a Bogotá espantar del todo al moscardón intruso de Hugo Chávez. En el caso peruano, la difícil relación de Lima con el vecino Chile ha impedido neutralizar mejor la presión de Bolivia, circunstancia hábilmente explotada por el titiritero venezolano de Morales.
Predecir cualquier cosa en América Latina es un juego de ruleta rusa. Pero si estuviese sentado en un escritorio del Consejo de Seguridad Nacional o del Departamento de Estado del presidente Obama, me estaría preparando para un extraño escenario en el que un Presidente estadounidense de izquierda podría encontrar más puntos de acuerdo con líderes latinoamericanos de derecha de los que ha sido capaz de encontrar con vecinos demasiado llanos a permitir que Venezuela —con ayuda de Cuba— socave el hasta ahora limitado compromiso de Washington con la región.
© 2010, The Washington Post Writers Group
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