Edmundo López Gómez
El Nuevo Siglo, Bogotá
Enero 8 de 2010
En este amanecer del año nuevo, el primer deseo que formulamos es el de que la unidad nacional no sufra quebrantos. De ello dependerá, ciertamente, que podamos afrontar los problemas que siguen afectando a nuestra Nación, así hayamos avanzado en los últimos años en superar la inseguridad que habían creado las acciones de los grupos ilegales.
Con todo, un factor externo ha surgido como nuevo elemento desestabilizador: la idea expansionista del gobierno de Venezuela, bajo la presidencia del coronel Chávez, quien ha encontrado en la guerrilla colombiana la punta de lanza para poner en marcha su política regional. Se cree predestinado; Bolívar redivivo, y dentro de ese enfoque, es totalmente coherente con su deseo de minar los cimientos de la democracia con mejor historial en Latinoamérica: la colombiana. Es su principal obstáculo, y la idea de removerlo, hace parte de su estrategia perturbadora.
No es el caso de discutir la pertinencia ética de sus planteamientos políticos. Es un debate que se puede dar en la academia, pero que en el teatro de la realidad colombiana resultaría ejercicio inconducente. Hay que entender, entonces, por qué la asesoría norteamericana convenida con el gobierno colombiano, le haya “sabido a cacho”, para decirlo en términos vernáculos, al presidente Chávez.
En verdad, no estaba en su horizonte que, Colombia, creara, sin incurrir en equipamientos costosos de guerra, un poder disuasivo real. Bien sabía el astuto coronel Chávez que no estábamos en condiciones -en épocas de crisis económica-, de aumentar la capacidad bélica; y que nos habíamos preparado para afrontar una guerra de guerrillas pero no para una guerra externa.
También entendimos los colombianos -no seducidos por el silbido de áspid-, que Chávez, para darle personería jurídica internacional a su sociedad con la guerrilla colombiana, debía ocuparse de que se le otorgara la condición de grupo beligerante.
Con todo, la torpeza de la propia guerrilla, de producir actos terroristas día de por medio, no le ha permitido que sus gestiones en ese sentido hayan tenido éxito alguno. La comunidad de las naciones no avalará jamás la conducta de quienes han violado los derechos humanos y desconocido las reglas del Derecho Internacional Humanitario, en forma tan evidente. Producto, claro, del abandono de sus ideales revolucionarios y de su conversión en agentes activos del narcotráfico.
Dentro de la anterior perspectiva, el reconocimiento de beligerancia a las Farc, sería un despropósito colosal. Cuando ocurrieron las conversaciones del Caguán tuvimos la oportunidad de advertirlo, porque el propio Estado no estableció, como premisa de las conversaciones, el respeto al DIH. ¡Vaya error histórico¡
Pero volvamos al principio de nuestra nota. Hay que preservar la unidad nacional. Gobierno y partidos de oposición están en la obligación de hacerlo. Apostarle sólo al fracaso del gobierno, acaso sería una insensatez irremediable.
Recordemos a Walt Wihtman, en su apreciación humanística: “Cada ser es inevitable”. En este sentido, Chávez no puede “evitarse”, pero sí debemos saber cómo confrontarlo. Creemos que unidos, patrióticamente unidos, y no divididos, insensatamente.
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