Vicente Torrijos
El Nuevo Siglo, Bogotá
Enero 19 de 2010
Tiene 74 años, es regordete, sonrosado, medio calvo y de barba gris. Es danés, vive en Copenhague y usa pañoletas tan coloridas como sus dibujos. Su casa tiene una habitación blindada, especialmente acondicionada para resistir atentados terroristas. Se llama Kurt Westergaard.
Hace dos años, en febrero del 2008, Kurt fue testigo de cómo la policía arrestaba a tres sujetos que tenían el encargo de perpetrar un atentado en su contra.
De hecho, él vive en permanente zozobra. Miles de fanáticos en todo el mundo estarían dispuestos a ofrendar su propia vida por quitarle la suya. Sus viajes están muy calculados y sus movimientos resguardados. En otras palabras, vive de modo muy similar al de Salman Rushdie, el valiente escritor de los Versos Satánicos.
Par no ir muy lejos, en el pasado día de año nuevo tres terroristas afiliados al movimiento islamista somalí Al Shabab, con franquicia de Al-Qaeda, trataron de ingresar a su domicilio y él tuvo que refugiarse en su habitáculo a prueba de explosivos. Los sistemas de alarma se activaron y la policía reaccionó de inmediato.
Políticamente laxos, pero inflexibles frente el crimen, los daneses dieron de baja a uno de los islamistas y apresaron a los otros dos, uno de ellos herido en la mano y la rodilla. Decenas de carros de la policía acordonaron el área en busca de gente como la que ha vuelto a poner en ascuas el sistema aéreo occidental, o se mantiene a toda costa en el poder en Teherán, o la franja de Gaza.
Por todas estas razones, y otras tantas, fruto de la creatividad ideológica, Kurt Westergaard es ahora más solicitado que en septiembre del 2005 cuando publicó por primera vez aquellas 12 polémicas y sorprendentes caricaturas en el diario Jyllands-Posten, incluyendo ésa en la que el profeta Mahoma aparece con el ceño fruncido y mirada desorbitada, flamantemente ataviado con un turbante en forma de bomba a punto de estallar.
En cualquier caso, las caricaturas, que pueden apreciarse fácilmente en miles de páginas electrónicas de diarios que, lejos de amilanarse, enfrentan con coraje a la amenaza islamikaze, son apenas una muestra de cómo el integrismo musulmán utiliza cualquier pretexto en su afán por corroer y anular las libertades públicas, propias del liberalismo occidental.
Banal esfuerzo, por supuesto, ya que Westergaard ha seguido y seguirá dibujando.
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