domingo, 15 de marzo de 2009

Culpen a los economistas, no a la economía

Por  Dani Rodrik

El Tiempo, Bogotá

Marzo 15 de 2009

Mientras la economía mundial se tambalea al borde de un precipicio, los críticos de la profesión económica plantean interrogantes sobre su complicidad en la crisis actual. Y con razón: los economistas tienen mucho que responder.

Fueron los economistas los que legitimaron y popularizaron la visión de que las finanzas sin restricciones eran una bendición para la sociedad. Sus opiniones eran prácticamente unánimes a la hora de hablar de los "peligros de una excesiva regulación gubernamental". Su experticia técnica -o lo que parecía experticia técnica en ese momento- les ofreció una posición privilegiada como formadores de opinión, así como también acceso a los corrillos del poder.

 

La macroeconomía puede ser el único campo aplicado dentro de la economía en el que cuanto mayor la capacitación, mayor la distancia entre el especialista y el mundo real, debido a que se basa en modelos profundamente irreales que sacrifican la relevancia a manos del rigor técnico. Tristemente, en vistas de las necesidades de hoy, los macroeconomistas hicieron escasos progresos en materia de políticas desde que John Maynard Keynes explicó cómo las economías podían atascarse en el desempleo debido a una demanda agregada deficiente. Algunos, como Brad DeLong y Paul Krugman, dirían que, en realidad, el campo retrocedió.

 

La economía es, en rigor de verdad, un equipo de instrumentos con múltiples modelos -cada uno, una representación diferente y estilizada de algún aspecto de la realidad-. Las capacidades de alguien como economista dependen de la capacidad para elegir y escoger el modelo correcto para la situación.

 

La riqueza de la economía no se reflejó en el debate público porque los economistas se tomaron demasiadas licencias. En lugar de presentar menús de opciones y enumerar las ventajas y las desventajas relevantes -justamente de lo que se trata la economía-, los economistas muchas veces transmitieron sus propias preferencias sociales y políticas. En lugar de ser analistas, fueron ideólogos y favorecieron un conjunto de acuerdos sociales sobre otros.

 

Es más, los economistas se han mostrado reticentes a compartir sus dudas intelectuales con el público, por miedo a "conceder poderes a los bárbaros". Ninguno puede estar plenamente seguro de que su modelo preferido es el correcto. Pero cuando él y otros lo defienden dejando afuera cualquier alternativa, terminan comunicando un grado excesivamente exagerado de confianza sobre qué curso de acción es necesario.

 

Paradójicamente, entonces, el desorden actual dentro de la profesión tal vez sea un mejor reflejo del verdadero valor agregado de la profesión que su engañoso consenso previo. La economía puede, en el mejor de los casos, aclarar las opciones para quienes toman decisiones; no puede elegir por ellos.

 

Cuando los economistas no se ponen de acuerdo, el mundo queda expuesto a diferencias legítimas

de opinión sobre cómo opera la economía. Es justamente cuando coinciden demasiado cuando el público debería tener cuidado.

 

* Dani Rodrik, profesor de Economía Política en la John F. Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard, fue el primer galardonado con el premio Albert O. Hirschman del Consejo de Investigación en Ciencias Sociales. Su último libro es 'One Economics, Many Recipes: Globalization, Institutions, and Economic Growth'.

 

(Traducción de Claudia Martínez)

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