martes, 10 de marzo de 2009

La gran indecisión

Por Paul Krugman
El Espectador. Bogotá
Marzo 9  del 2009

En su gran discurso ante el  Congreso el mes pasado, el presidente Barack Obama expuso argumentos a favor de audaces medidas enfocadas a reparar los disfuncionales bancos de Estados Unidos.

“Si bien el costo de la acción será enorme”, declaró, “puedo asegurarles que el costo de la inacción sería mucho mayor, ya que podría dar como resultado una economía que vaya dando tumbos no durante meses o años, sino tal vez a lo largo de una década creciente de frustración, incluso pánico, con respecto al fracaso de Obama para respaldar sus palabras con acciones. La realidad es que cuando se trata de lidiar con los bancos, la administración de Obama revela indecisión. La política está atascada en un patrón de contención.

 

Este patrón funciona de la siguiente forma: primero, funcionarios de la presente administración, normalmente en comunicaciones extraoficiales, consideran en la prensa un plan para el rescate de los bancos. Esta sonda de prueba rápidamente es derribada por comentaristas informados.

 

Después, unas cuantas semanas más tarde, la administración considera un nuevo plan. Sin embargo, este plan es apenas una versión ligeramente velada del plan anterior, hecho que notan rápidamente todos los interesados. Y el ciclo empieza de nuevo.

 

¿Por qué los funcionarios siguen ofreciendo planes que nadie más encuentra creíbles? Debido a que, de alguna forma, altos funcionarios en la administración Obama y en la Reserva Federal se han convencido de que los activos en problemas, a menudo conocidos en últimas fechas como “activos tóxicos”, realmente valen mucho más de lo que cualquiera efectivamente está dispuesto a pagar por ellos, y que si estos activos se valuaran de manera apropiada, desaparecerían todas nuestras complicaciones.

 

De aquí que, en una reciente entrevista, el secretario del Tesoro estadounidense, Tim Geithner, intentara marcar una distinción entre el “valor económico básico e inherente” de activos en problemas y el “valor artificialmente deprimido” que esos activos alcanzan ahora. En transacciones recientes, incluso valores de categoría AAA con respaldo hipotecario se han vendido en menos de 40 centavos de dólar, pero todo parece indicar que Geithner piensa que éstos valen mucho, mucho más.

 

Además, la tarea del gobierno, declaró, consiste en “suministrar el financiamiento para contribuir a que esos mercados trabajen”, impulsando el precio de los activos tóxicos hasta donde deberían estar.

 

Lo que es los funcionarios creen que si se valúan de manera apropiada esos desechos tóxicos, se curarían todos los males de todas nuestras principales instituciones financieras. Previamente en esta semana, le preguntaron al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, sobre el problema de los “zombis”; esto es, instituciones financieras que efectivamente están en bancarrota pero que son mantenidas con vida por la ayuda del gobierno estadounidense. “Yo no sé de ninguna institución ‘zombi’ de gran tamaño en el sistema financiero de Estados Unidos”, declaró, y prosiguió a negar  específicamente que AIG —¡AIG!— fuera una institución “zombi”.

 

Esta es la misma AIG que, incapaz de cumplir sus promesas de pagarles a otras instituciones financieras cuando incumpliera en el pago de bonos, ya ha recibido 150.000 millones de dólares en ayuda y acaba de recibir un compromiso de 30.000 millones de dólares adicionales.

 

La verdad es que el plan de Bernanke y Geithner —el plan que la administración sigue sopesando, en versiones ligeramente distintas— no va a prosperar.

 

Consideremos la encarnación más reciente de éste: una propuesta enfocada a extenderles préstamos a bajos intereses a inversionistas de la iniciativa privada que estén dispuestos a comprar activos en problemas. Esto ciertamente aumentaría el precio de los denominados desechos tóxicos, ya que ofrecería una propuesta del tipo “cara, tú ganas; cruz, nosotros perdemos”. Con base en la descripción, el plan les permitiría a los inversionistas obtener ganancias si los precios de los activos aumentaran, mas sólo retirarse si los precios cayeran sustancialmente.

 

¿Pero, bastaría lo anterior para lograr que el sistema bancario fuera saludable? No.

 

Pensémoslo de esta manera: al usar recursos del contribuyente fiscal para subsidiar los precios de los activos tóxicos, la administración actual prodigaría beneficios a todo aquel que haya cometido el error de comprar esos instrumentos. Algunos de esos beneficios se filtrarían poco a poco a donde hacen falta, apuntalando los balances generales de instituciones financieras de importancia clave. Sin embargo, la mayor parte del beneficio sería para gente que no necesita, o no merece, ser rescatada.

 

Y esto significa que el gobierno estadounidense tendría que desembolsar billones de dólares para lograr que el sistema financiero recobrara la salud, lo cual, a su vez, aseguraría tanto una feroz indignación de la opinión pública como se sumaría a las inquietudes de por sí serias con respecto al déficit. (Sí, incluso los firmes defensores del estímulo fiscal, como su seguro servidor, se preocupan por el déficit fiscal).

 

Si somos realistas, eso sencillamente no va a ocurrir.

 

¿Así que, por qué ha cobrado tanta fuerza esta idea de los “zombis” (la siguen matando, pero sigue regresando)? La respuesta, temo, es que los funcionarios aún no están dispuestos a enfrentar los hechos. No quieren hacerle frente al mal estado de i en la insolvencia sin, cuando menos temporalmente, tomar su control. Y la nacionalización temporal, al parecer, se sigue considerando una opción impensable.

 

Empero, esta negativa a encarar los hechos significa, en la práctica, una ausencia de acción. Y yo comparto los temores del presidente: la inacción podría dar como resultado una economía que titubee en su avance, no durante meses o años, sino a lo largo de una década o más.

 

* Premio Nobel de Economía 2008, profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton.

c.2009 - The New York Times News Service

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