Editorial
El Nuevo Siglo, Bogotá
Enero 23 de 2010
LA posibilidad de que Estados Unidos y la Unión Suramericana de Naciones (Unasur) puedan establecer un diálogo abierto y constructivo es, a todas luces, una buena noticia para Colombia. El intercambio de cartas entre el mandatario ecuatoriano, Rafael Correa, y la secretaria de Estado norteamericano, Hillary Clinton, en las que se manifiestan dispuestos a fijar una agenda de temas para discutir se da en momentos en que ha bajado la tensión regional que se generó semanas atrás por la firma del acuerdo de cooperación militar entre Bogotá y Washington, que le permite a un millar de uniformados y expertos estadounidenses así como a aviones antidroga de ese país hacer uso de siete bases aéreas en nuestro territorio.
Si bien es cierto que Correa, cuyo gobierno ejerce la secretaría pro témpore de la Unasur, ya indicó que uno de los temas centrales a analizar con Estados Unidos tiene que ver, precisamente, con el acuerdo militar firmado con Colombia y las reservas en torno de sus implicaciones para la seguridad regional, es claro que ahora existe un escenario muy distinto al que primaba semanas atrás, cuando el presidente venezolano Hugo Chávez promovió un cónclave presidencial suramericano de emergencia y allí llegó al extremo de considerar que el pacto castrense era la cabeza de playa para una presunta invasión a su país y luego, en medio de su desaforada carrera armamentista, empezó a hablar irresponsablemente del riesgo de un conflicto bélico.
Con el pasar de los días la temperatura de la controversia fue bajando y poco a poco comenzó a aclimatarse la distensión y cabeza fría, con la única excepción de Caracas, cuyas hipótesis paranoicas sobre inminentes agresiones militares, ya no sólo desde Colombia sino desde islas caribeñas holandesas, han terminado por llevar al resto de gobiernos suramericanos a tomar distancia de sus lunáticos argumentos.
A ese clima de distensión hay que sumarle, sin duda alguna, el progresivo restablecimiento de las relaciones diplomáticas y políticas entre los gobiernos Uribe y Correa, que ha permitido ya reuniones de cancilleres y vicepresidentes, y se espera que antes de terminar el primer semestre se pueda proceder a la reinstalación de los respectivos embajadores. Es más, esta semana Bogotá agradeció a Quito sus operativos contra reductos de las Farc en territorio fronterizo de esa nación vecina.
Por igual, debe tenerse en cuenta el impacto de la progresiva modificación del mapa geopolítico continental, en donde los gobiernos de centro y derecha han empezado a recortar camino al auge de la izquierda populista. Para el caso de la Unasur, es obvio que el histórico triunfo de Piñera en los comicios presidenciales chilenos y la posibilidad de que en Brasil y Argentina también pueda tomarse una ruta similar a mediano plazo, le restan espacio, eco e influencia al bloque de países del llamado “socialismo del siglo XXI”, bajo la batuta del discurso incendiario y beligerante de Hugo Chávez.
En ese orden de ideas, que funcionarios del más alto nivel de la Casa Blanca, como la propia Clinton o el secretario de Estado adjunto para América Latina, Arturo Valenzuela, puedan hablar en un pleno de la Unasur resulta de vital importancia para Colombia, pues no sólo la Casa Blanca entraría a defender directamente y en un escenario menos prevenido el acuerdo militar firmado con Bogotá, sino que ratificaría que el objetivo del mismo es única y exclusivamente para luchar contra el tráfico de drogas y el terrorismo, sin posibilidad alguna de operaciones extraterritoriales y menos aún como estrategia para espiar o invadir a Venezuela. Para aquellos gobiernos suramericanos que reclaman mecanismos de garantía y de recuperación de la confianza regional, un compromiso directo y concreto de Estados Unidos termina siendo una herramienta útil, al tiempo que envía un mensaje al continente de la fortaleza de la alianza política entre la Casa Blanca y nuestro país, algo que en medio de la paranoia armamentista venezolana se considera prioritario en materia de geopolítica disuasiva.
La eventualidad del diálogo EU-Unasur resulta aún más importante porque abre un nuevo norte a las reuniones que la próxima semana sostendrán en Ecuador los ministros de Gobierno y Defensa suramericanos sobre dos temas trascendentales: lucha contra el narcotráfico y seguridad regional.
Visto todo lo anterior, el gobierno Uribe debería activar toda su diplomacia para que se dé esa reunión de alto nivel entre Estados Unidos y el cónclave presidencial suramericano. No hacerlo sería perder una oportunidad de oro y entrar en los terrenos de la pasividad torpe y peligrosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario