Paloma Valencia Laserna
El País, Cali
Enero 23 de 2010
La viabilidad de la Venezuela que está configurando Hugo Chávez es discutible. Por una parte, ser una excepción en el capitalismo -que engrana al mundo- es un desafío y, sobre todo, no parece posible imponer un sistema sin al mismo tiempo arrasar la libertad y la autonomía de las personas.
Es evidente que el capitalismo es un sistema defectuoso. La distribución de recursos no es siempre la adecuada y las fallas de los mercados llevan a equilibrios que no son óptimos. Aún así, los supuestos del sistema sólo requieren de un individuo que persigue su interés individual y la interacción de todos ellos -en unas condiciones determinadas- da lugar al bienestar social. Lo que es más importante, el capitalismo no fue impuesto, se creó como organización social. Fue, por así decirlo, un resultado natural y se ha extendido de la misma manera.
El proyecto chavista debe ser impuesto. Está respaldado en los petrodólares sin los cuales todo sería imposible. A diferencia de la antigua Urss donde el Estado logró industrializar la sociedad y hacer de Rusia y las otras naciones premodernas y campesinas una gran nación volcada a la producción y al crecimiento económico, el gobierno de Chávez está fracasando en la mera administración de los recursos existentes. Pdvsa tiene las producciones más bajas de su reciente historia. Al parecer el Estado venezolano se está quedando sin recursos, muchos nacionales no pueden renovar su pasaporte en el exterior, pues no hay papel de seguridad en las embajadas -al menos eso se les dice-. La luz se va en las ciudades intermedias sin aviso y los bancos tienen que cerrar indefinidamente, los aeropuertos dejan de funcionar y el comercio sufre.
Las dificultades de la imposición en sistema no se han hecho esperar. La idea de que se pueden controlar los precios con unas medidas diferentes a la oferta y la demanda es muy parecida a aquella que todos tenemos durante nuestra niñez para acabar la pobreza: imprimir billetes. Ya ha empezado con las expropiaciones y las medidas de coerción que terminarán por alejar la iniciativa privada. Todos son mecanismos de coacción. La polémica Ley de Educación es una de las cosas más complejas que enfrentarán los venezolanos en los tiempos que se les vienen. La idea de que la patria potestad de los niños sea del Estado hunde sus raíces en el más puro pensamiento comunista que pretende destruir la familia como célula que reproduce el sistema capitalista. Y los resultados de los cambios no son fiables; son múltiples las quejas sobre el hecho de que ahora los negocios y la riqueza se quedan en manos de un grupo de chavistas.
El problema del modelo socialista es que se impone de manera arbitraria, es decir, no surge de la interacción de los individuos. Nadie discute sus propósitos de bienestar social, la dificultad radica en que recarga al Estado de funciones de control tendientes a que la idea se desarrolle en la práctica. Negocios e individuos deben empezar a temer al Estado. Termina obligando a los individuos a actuar como altruistas, y aunque sea deseable, es el mandato lo que desagrada. En el capitalismo se puede ser y actuar como se quiera, y es la libertad y autonomía del individuo la que determina, en última instancia, cómo actúa o qué consume.
¿Son las condiciones materiales lo único que cuenta en el bienestar social?
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