lunes, 18 de enero de 2010

Chávez y Bolívar

Antonio de Roux

El País, Cali

Enero 18 de 2010

Cualquiera que conozca algo de historia sabe que Hugo Chávez ha pretendido cambiar el legado ideológico del Libertador, para atribuirle unos alcances que éste jamás consideró. Se trata de una burda tergiversación, motivada por intereses electoreros y expansionistas.

Bolívar antes que nada fue el paladín del Estado de Derecho y la participación ciudadana. Para hablar de una sola de sus expresiones baste recordar que muy temprano, ante la convención de Angostura de 1819, defendió un tipo de gobierno basado en la libertad, la justicia y la moralidad. Nunca hubo en él indicación de aceptar planteamientos y procedimientos como los aplicados por el Coronel día a día. Es contra toda evidencia pensar que Bolívar habría convalidado la corrupción galopante, el capitalismo de Estado ineficaz y agobiador, la entrega sin contraprestación de las riquezas nacionales a otros países, el expansionismo en sus distintas expresiones, la mordaza a los medios, la calumnia y la injuria sin ningún límite.

En su afán por dañar a Colombia, Chávez llegó a afirmar hace unas semanas que los nuestros son unos mandatarios asesinos: “Santander asesino, Santander traidor…”, “Uribe es de los hijos de Santander, es la misma línea…” Esta aseveración vino a sumarse a otra sugerencia suya según la cual el Libertador habría perecido en San Pedro Alejandrino, víctima de un envenenamiento administrado por la burguesía colombiana.


La realidad fue otra. Si con alguien estaba en malos términos Bolívar en la época de su deceso, era con los venezolanos y con el general Páez, quien presidía ese país. En su actitud del prócer no faltaban razones. Allá lo tenían acusado de traidor y lo amenazaban con expropiarle las minas de Aroa, su único patrimonio. Por eso escribió a Gabriel Camacho desde Guaduas, el 11 de mayo de 1830: “Yo no quiero nada del Gobierno de Venezuela; sin embargo, no es justo, por la misma razón, que este Gobierno permita que me priven de mis propiedades, sea por confiscación o por injusticia de parte de los tribunales. Me creo con derecho a exigir al jefe de ese Estado que, ya que he dejado el mando de mi país sólo por no hacerle la guerra, se me proteja, a lo menos, como el más humilde ciudadano. Mucho he servido a Venezuela, mucho me deben todos sus hijos, y mucho más todavía el jefe de su Gobierno”.

Más aún no es descartable que en la muerte del Libertador hayan tenido que ver ante todo los venezolanos. El 8 de diciembre de 1830, pocos días antes de su deceso, Bolívar menciona al general Briceño los progresos de su salud y agrega: “Mis males afortunadamente han calmado un poco y esto ha sido bastante para hacerme variar de dictamen, pues había pensado hasta irme a Jamaica a curarme. Sin embargo, mis mejoras han comenzado de antes de ayer acá…”.

De manera coincidente ese mismo día el Padre de la Patria escribe a su amigo Rafael Urdaneta informándole sobre la llegada de unos militares provenientes de Venezuela. Entre estos se contaban varios generales y coroneles. Nueve días después el Gran Hombre era ya cadáver. ¿Será que entre la oficialidad o la soldadesca recibida en Santa Marta, se encontraba un infiltrado capaz de suministrar al Libertador una pócima letal enviada por Páez? Es una hipótesis tan plausible como la formulada por Chávez en contra de los colombianos.

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